titulo_columna

La letal prueba de amor

Nací bajo una dictadura militar, la del oblongo y grisáceo general Marcos Pérez Jiménez, sanguinario “nacionalista”, caudillo de ladrones.

Pérez Jiménez, es sabido, huyó del país una madrugada de enero de 1958, luego de varios días de sangrientos choques callejeros entre la policía y centenares de activistas de las dos organizaciones partidistas que protagonizaron la resistencia, Acción Democrática y el Partido Comunista.

Aquellos violentos disturbios siguieron a una huelga general tan bárbaramente reprimida que se calcula que en sólo tres días hubo 300 muertos. Esas muertes debieron sumarse a las de decenas de heroicos luchadores, mujeres y hombres que, en el curso de una década, murieron víctimas de atentados o en las mazmorras de la policía política después de ser horriblemente torturados.

Aquella insurrección suele se descrita en los manuales de historia contemporánea como un alzamiento “cívico-militar”. Justo es decir que en la hora once menudearon las detenciones de oficiales de rango medio, sin mando de tropa pero comprometidos con la rebelión. Y que muchos fueron sometidos a tortura.

Sin embargo, tampoco es faltar a la verdad señalar que los melindrosos generales, muchos de ellos antiguos perezjimenistas, que con angustiosa morosidad se alzaron a cuentagotas y en voz baja en las últimas tres semanas de aquella década infame, lo hicieron sólo luego de recibir, de parte de los intrépidos demócratas conjurados, toda clase de seguridades sobre cuál sería el futuro de los uniformados en el nuevo tiempo.

Al final, los milicos recibieron, a partes iguales con los dirigentes demócratas, el crédito por la liberación de Venezuela. Sin poner un muerto.

La huelga general y el derramamiento de sangre que la siguió fueron la “prueba de amor” que, invariablemente, piden los militares venezolanos a nuestros civiles antes de intervenir en el descabello del tirano de turno. Cambiando lo cambiable, tal parece estar ocurriendo ahora mismo.

Así funciona esta vaina: abrir plaza con una matanza de civiles a manos de los esbirros de la dictadura fue la condición previa al fallido golpe de abril de 2002.

¿Será la misma premisa que, oscuramente, alienta desde principios de este año? ¿La estrategia de “salgan ustedes primero a morir en la calle hasta que Maduro doble la rodilla?”.

Muerte en la calle, a manos de los “colectivos” paramilitares, hasta que un ser mitológico llamado el Militar Constitucionalista, que supuestamente mora en las profundidades de los cuarteles, despierte, se haga presente y salve la república.

Luego de más de 40 muertes, hoy se enfrentan una vez más la desarmada ciudadanía y los cortagargantas de Maduro, defendido por generales envilecidos por la narcocorrupción, probadamente dispuestos a matar civiles.

¿Puede extrañar que muchos venezolanos oteen el horizonte por ver aparecer un portaaviones gringo? Con todo, y sea cual fuere el desenlace de estas jornadas cruciales, es claro que una verdadera victoria democrática, deberá ser civilista o no ser.