La interacción entre los conceptos de “habitar” y “espacio” es un tema fascinante, pues nos lleva a reflexionar sobre cómo creamos nuestras ciudades y nuestro papel en ellas. Este diálogo entre espacio y habitante es crucial para entender el origen de las urbes. El espacio no es estático; evoluciona con nuestra práctica continua de habitar, moldeado por una ideología cultural de "el progreso". Así, el espacio refleja nuestras necesidades y aspiraciones como seres humanos. Sin embargo, surge una pregunta crítica: ¿quién está creando realmente este espacio hoy en día? Y ¿nos están tomando en cuenta?
El espacio es más que un simple entorno para satisfacer necesidades; es un reflejo de lo que somos como sociedad, es un reflejo de nuestra identidad, forjado a través de las prácticas cotidianas que demandan espacios. Estas prácticas comunes tienen un impacto profundo, pues es aquél que las futuras generaciones heredarán y replicarán. Por ello, es importante repensar y redefinir estas prácticas. El espacio, entendido más allá de sus dimensiones geométricas, se convierte en un entorno de identidad y apropiación, interpretado y transformado a nivel individual y colectivo, así como en diferentes escalas interdependientes e identitarias, como sugiere David Harvey (2000).
El habitar, entendido como una acción continua, implica experimentar y apropiarnos de un espacio, creando una identidad influenciada por la cultura circundante. Este proceso nos lleva a usar, adaptar y transformar el espacio, dotándolo de significado y simbolismo. Habitar, entonces, es construir un vínculo entre el ser humano y el espacio, no solo en términos materiales, sino también en la memoria y el imaginario colectivo, como argumenta Ivan Illich (1985).
Martin Heidegger, con su filosofía del Dasein, el "ser-ahí", resalta la existencia en el "tiempo-espacio", subrayando que es en el espacio y tiempo que nos tocó vivir en donde somos y actuamos. El acto de construir es, en este sentido, un intento de cuidar nuestro habitar. A menudo no consideramos el habitar como un aspecto fundamental de nuestra existencia, a pesar de que es tan vital como respirar; habitamos constantemente, en cualquier lugar que nos encontremos. El hábitat es esencial para nuestra existencia y desarrollo, proporcionando necesidades básicas, recursos, relaciones, un hogar y una comunidad.
Los espacios se definen por las actividades que en ellos realizamos. Un hogar, por ejemplo, no es tal hasta que cumple su función de refugio. Según Jan Gehl (2010), los diferentes espacios en un entorno a escala humana deben complementar las necesidades del habitar, como seguridad, privacidad, salud, educación, trabajo, convivencia, esparcimiento y recreación.
La arquitectura y el desarrollo urbano deben trascender la visión de los edificios como obras aisladas, enfocándose en cómo se conectan con su entorno. Como sugería Víctor Hugo (1831), la arquitectura es el gran libro de la humanidad; hoy debemos preguntarnos si las futuras generaciones apreciarán la historia que estamos escribiendo a través de nuestros espacios.