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Elizabeth Mercado
Diálogo existencial

CLAUSTROFOFIA

Como terapeuta existencial, he experimentado personalmente los desafíos emocionales que pueden surgir al sumergirse profundamente en la psique de otros durante largas jornadas de trabajo. En mi práctica diaria, me encuentro acompañando a individuos en sus viajes hacia la autoexploración y el crecimiento personal. Sin embargo, hay momentos en los que la línea entre estar presente para los demás y estar presente para uno mismo se desdibuja, dejando una sensación de desconexión y claustrofobia emocional.

 

Recuerdo una noche en particular, después de semanas e incluso meses de sesiones terapéuticas extenuantes que se extendían desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche, cuando me encontré llorando sin entender exactamente por qué. Me sentía perdida, como si hubiera perdido el sentido de dónde terminaba mi espacio personal y comenzaba el mundo exterior. Me preguntaba a mí misma, en un susurro interior, “¿Dónde estás?” como si esperara una respuesta de alguna parte dentro de mí.

 

Siempre me he concebido a mí misma como más que una persona; me veo como un hogar que alberga mi esencia, mis emociones y mis miedos más profundos. Sin embargo, en esa noche de desasosiego, esa casa interna parecía estar vacía. Me enfrenté a la dolorosa realidad de que, a pesar de amar lo que hago como terapeuta, había perdido el contacto conmigo misma en el proceso de estar constantemente disponible para los demás.

 

La sensación de claustrofobia comenzó a crecer dentro de mí, una sensación de estar atrapada no solo en las paredes físicas que rodeaban mi espacio terapéutico, sino también en las barreras emocionales que me separaban de mi propia autenticidad. Me encontré cuestionando el propósito de una civilización que nos mantiene separados unos de otros mediante estructuras físicas y sociales que limitan nuestra conexión con el mundo natural y, lo que es más importante, con nosotros mismos.

 

En mi agotamiento emocional, culpar a las paredes se convirtió en un acto simbólico de resistencia contra la verdadera causa de mi malestar: la desconexión interna. Reconocí que la claustrofobia que experimentaba era más que una reacción al entorno físico; era una manifestación de la profunda soledad y aislamiento que a menudo acompañan a la dedicación intensiva a cualquier tarea o profesión.

 

Reflexionando sobre mi experiencia, me sumergí en la investigación sobre el funcionamiento del cerebro humano y su respuesta a la soledad. Descubrí que, como seres sociales, nuestro cerebro está cableado para buscar conexiones con otros para garantizar nuestra supervivencia. Cuando nos sentimos solos, el cerebro libera ciertos neurotransmisores que nos hacen experimentar dolor y culpa, impulsándonos a buscar la compañía de otros miembros de nuestra tribu.

 

Este mecanismo de supervivencia, que alguna vez fue vital para la preservación de nuestra especie, ahora puede manifestarse de manera desafiante en un mundo donde la tecnología y la civilización han hecho posible la supervivencia física sin la necesidad constante de la presencia física de otros. Sin embargo, nuestra biología no ha evolucionado al mismo ritmo que nuestra sociedad, lo que resulta en una desconexión entre nuestra necesidad innata de conexión y la realidad de la vida moderna.

 

Me pregunto cuántas veces nuestras mentes han interpretado la soledad como una amenaza a nuestra supervivencia, desencadenando respuestas emocionales que nos llevan a buscar desesperadamente conexiones externas para calmar nuestro malestar interno. En un mundo donde la soledad se ha vuelto omnipresente, ya sea en una oficina, en casa o en cualquier situación, la sensación de claustrofobia emocional puede ser una experiencia común para muchos.

 

Entonces, ¿dónde queda nuestra conciencia en medio de esta lucha interna entre la necesidad de conexión y la realidad de la soledad? ¿Cómo podemos encontrar un equilibrio entre estar presentes para los demás y estar presentes para nosotros mismos? Estas preguntas resuenan en mi mente, dejándome con la tarea de explorar más profundamente el significado de la claustrofobia emocional y cómo podemos sanarla tanto a nivel individual como colectivo.

 

En última instancia, como terapeutas existenciales, nuestra tarea es acompañar a otros en su búsqueda de significado y autenticidad, pero también debemos recordar la importancia de preservar nuestra propia conexión con nosotros mismos en el proceso. Solo cuando cultivamos una relación saludable con nuestra propia existencia podemos ser verdaderamente eficaces en ayudar a otros a hacer lo mismo. La claustrofobia emocional puede ser una llamada de atención para reconectar con nuestra propia esencia y encontrar la libertad dentro de nosotros mismos, más allá de las paredes físicas y emocionales que nos rodean.

Por, Elizabeth Mercado.

Terapeuta Existencial.

Autora de Jaula Mental, decorar la jaula no te hace libre (disponible en Amazon)

Ig: elizabeth.mdo