Esta semana, la ciudad de Cali, Colombia, alberga la COP16, un encuentro internacional donde líderes y especialistas se reúnen para abordar la crisis de biodiversidad que enfrenta el planeta. La importancia de esta crisis radica en que la biodiversidad y los ecosistemas son fundamentales para el funcionamiento de la Tierra y el bienestar humano.
Los ecosistemas sostienen industrias enteras, como la agricultura, la pesca, el turismo y la silvicultura. Más del 75% de los cultivos alimentarios dependen de la polinización animal, pero la disminución de polinizadores podría resultar en pérdidas anuales de entre 235 mil millones y 577 mil millones de dólares. Ante esta situación, muchos agricultores recurren a servicios de polinización artificial, mientras que la biodiversidad también contribuye a servicios esenciales como la regulación del agua y la fertilidad del suelo, valorados entre 125 y 140 billones de dólares al año.
Sin embargo, las actividades humanas han llevado a los ecosistemas a una crisis sin precedentes, con una extinción masiva en curso que amenaza a aproximadamente 1 millón de especies en las próximas décadas. Actualmente, la tasa de extinción es entre diez y cien veces mayor que en los últimos 10 millones de años, con una alarmante disminución de la fauna silvestre, que ha visto caer su población en un 69% y un 85% en ambientes terrestres y de agua dulce, respectivamente.
La transformación de la superficie terrestre por parte del ser humano es evidente: más de un tercio se destina a cultivos y ganadería, mientras que la degradación ha reducido la productividad de un 23% de la tierra. De hecho, la biomasa de mamíferos domésticos es 30 veces mayor que la de los silvestres, y se prevé que para 2040, la masa creada por el ser humano supere la biomasa total de todos los organismos vivos en el planeta.
Estos cambios amenazan con llevar a los ecosistemas a puntos de inflexión, donde cambios acumulativos podrían resultar en transformaciones irreversibles. Ejemplos de esto incluyen la drástica reducción de los arrecifes de coral y la deforestación de la selva amazónica, que podría liberar grandes cantidades de carbono a la atmósfera, alterando así los patrones climáticos.
La actual crisis de biodiversidad representa un desafío crítico que requiere atención y acción inmediata, ya que cada pérdida es un paso más hacia un colapso ecológico irreversible, similar a un juego de Jenga en el que no se pueden volver a apilar los bloques.