Cuando estamos en una justa deportiva, cuando nos encontramos en una competencia o cuando queremos enaltecer nuestros triunfos, siempre se nos ha intentado inculcar la humildad en el triunfo; es una enseñanza que nos intenta recordar que el otro también tuvo una preparación física, mental o cognitiva que lo ha puesto frente a nosotros en igualdad de condiciones. El saber reconocer que nuestro oponente también ha luchado hasta el final es una de las muestras de fraternidad y deportividad más grandes que existen y se intentan impulsar desde que somos infantes.
En el otro lado de la moneda está lo que se le conoce como “mal ganador”. No sé si sea necesariamente malo, pero sí es presuntuoso o pedante. Esa superioridad demostrada en el enfrentamiento trasciende las premiaciones y se traducen en palabras hirientes o actitudes que solo hacen notar lo muy alejados del piso de la humildad que nos encontramos, y que cada vez que hacemos uso de este recurso de mofa nos aleja más y más de él hasta que la caída y el impacto mortífero con la realidad se vuelve inminente.
Dos ejemplos en la NFL. Uno inmediato, uno a la larga.
En el ejemplo inmediato tenemos a Tyrique Stevenson, defensivo profundo de los Osos de Chicago. En los últimos segundos del encuentro y obligados a anotar un touchdown, los Commanders de Washington intentaron un pase desesperado de 65 yardas; al mismo tiempo, Stevenson se encontraba burlándose de los aficionados de los Commandersmientras la jugada se encontraba en desarrollo. Stevenson volteó la cara, desvió el balón, yaccidentalmente lo puso justo en las manos de un receptor del equipo rival para otorgarles la victoria. La ironía es que, si hubiera seguido en su papel de bufón, los Osos habrían detenido la jugada y conseguido el triunfo.
En el ejemplo a la larga tenemos a Jaire Alexander, defensivo profundo de los Empacadores de Green Bay. Alexander es considerado uno de los defensivos más importantes de la NFL actualmente, pero también uno de los más bocones. Comúnmente podemos encontrarlo metiéndose en peleas con otros jugadores y burlándose de ellos en redes sociales… suena a mucho personaje para tan pocas apariciones que ha tenido en el campo en los últimos 3 años. Cuando aparece es efectivo, pero tiene esta maña de colgarse medallas que no le corresponden a pesar de ser sus compañeros quienes tienen que arreglar sus distracciones.
Stevenson y Alexander juegan en el mismo lado del balón, pero tienen aprendizajes diferentes. Por un lado, Stevenson ha aprendido a la mala y tiene oportunidad de arreglar sus errores en una nueva semana. Por el otro, la suerte está esperando a que Alexander tenga toda la responsabilidad de un partido apretado en sus manos para hacerle una mala pasada y darle una lección de humildad que, si bien no me gustaría que recibiera en un momento crucial, sí necesita antes de que termine en lugares más oscuros que muchos de los que abren la boca de más y son regañados por el karma.