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Ernesto García Hernández
Opinión

¡Dame time, dame time!

El basquetbolista de los Milwaukee Bucks, Damian Lillard, en sus celebraciones, hace referencia al tiempo o a la hora importante en la que aparece, es decir, a controlar los tiempos en busca del resultado favorable para su equipo. En términos deportivos, y sin volver a adentrarnos en estrategias del deporte, nos da un panorama importante en el momento crucial en el que nos encontramos, frente al tiempo, los retos del poder judicial y, sobre todo, a marcar el ritmo de lo que se avecina, que, a ciencia cierta, no sabemos lo que es.

El tiempo, sin duda, es uno de los bienes más infravalorados por los seres humanos. Tendemos a pensar que el tiempo es infinito; conforme somos jóvenes, creemos que tenemos todo el tiempo del mundo y que podemos hacerlo sobre la marcha, que la vida nos dará nuestro momento. Y claro, combinado con objetivos claros y deseos individuales, este anhelo se puede convertir en metas. Pero el tiempo de la elección ya llegó, y nos rebasa por mucho la realidad. Aún no hay claridad sobre los procesos que deben agotar aquellos que aspiran a dirigir las decisiones jurisdiccionales por el voto popular. Sin embargo, nuevamente nos encontramos con los olvidados, los “héroes” que vendrán a sacar adelante la reforma judicial.

Y es que el timing aparentemente lo llevan las legislaturas, que, a sobreesfuerzo, han aprobado tantas iniciativas que aparecen en el panorama de la Cuarta Transformación. Sin embargo, la realidad es que a las cosas hay que darles su tiempo, madurarlas y, sobre todo, entenderlas. Porque entender cómo funcionan las cosas nos ha llevado a poder perfeccionar nuestros actos, reflexionar sobre el funcionamiento de la vida misma y mejorar los procesos. Algo que, hasta ahora, nadie se ha detenido a pensar. Como diría Maude Flanders, esposa de Ned Flanders y vecina de los Simpson: ¿Alguien quiere pensar en los funcionarios de casilla?

Aunque parezca un chiste, es una anécdota hasta cierto punto real. Nadie ha pensado en estos pobres mártires de la elección que serán insaculados, y muchos de ellos optarán por hacer caso omiso a la invitación de sumarse al Instituto Nacional Electoral como capacitador, asistente electoral o funcionario de casilla. Auguro que más de uno de los invitados dirá que la elección recién acaba de pasar. Pero, vayamos a los datos.

En 2020, el INE realizó dos pruebas de elección en los estados de Coahuila e Hidalgo, donde se compararon los tiempos entre las urnas electrónicas y las tradicionales. Esto permitió medir el tiempo que emplea cada uno de los funcionarios electorales para la instalación de los centros de votación. Se demostró que las casillas con urna electrónica tardan, en promedio, 39 minutos en instalarse, es decir, en poner toda la indumentaria a punto para comenzar a recibir los votos. Una función relativamente fácil, pero que estará en manos de los funcionarios mejorar estos tiempos. En comparación, la instalación de casillas tradicionales tarda 55 minutos, lo que muestra una diferencia marcada entre ambos procedimientos.

¿Por qué traemos a colación los conceptos de tiempo y funcionarios? Básicamente, porque intentamos acomodar todas las piezas del tiempo en una especie de rompecabezas en el que las figuras no están bien delineadas ni cortadas correctamente. Así que tendremos que, a base de presión, armar un Frankenstein que nos provocará importantes problemas en el día de la elección extraordinaria. Esto se debe a que la gente no querrá ser funcionaria ni acudir a los centros de votación, y mucho menos contar tantas opciones electorales como las que puedan plasmarse.

En ediciones anteriores de esta columna, me he permitido señalar la falta de certeza sobre el procedimiento específico para la forma de votar, los distritos, los involucrados e incluso las personas que podrán participar y las reglas del juego. Pero también nos hemos olvidado de los funcionarios de casilla, que son la pieza medular. A ellos aún ni siquiera se les ha avisado que serán llamados a ser parte de esta elección. Nadie les ha explicado la forma de insaculación y el tiempo corre. Vamos a ver cuántos concurren y cuántos efectivamente logran ser convencidos de unirse al proceso electoral extraordinario. A mi parecer, nos van a faltar, pero vuelta atrás no hay en esta renovación.

A todo esto, ¿cuál es el problema del funcionario? La respuesta es sencilla: si ya es difícil contar las opciones políticas actuales —es decir, los nueve partidos que conforman la boleta—, con la falta de certeza que reina a seis meses de la elección, le envío mis bendiciones y mejores deseos a quien dé un paso al frente. Porque, el día de la elección, esa persona deberá contar con la paciencia suficiente para interpretar varios votos, identificar candidatos y validar los votos de los aspirantes a impartir justicia. Será una tarea titánica, y, sin representantes de los aspirantes, quién sabe qué novedades en nuestro sistema electoral inventaremos. Quizás sean nuevos o viejos trucos para intentar fraudes, pero espero equivocarme.

Finalmente, ¿qué nos queda como reflexión? Participar en la elección, pero ir armados de paciencia, involucrarnos en el proceso y, gradualmente, si funciona, aceptarlo; si no funciona, mejorarlo. Pero ser conscientes de que este sistema de electoral de sobre votación nos reflejará importantes datos estadísticos y nos permitirá, a futuro, entender cómo participamos en la toma de decisiones si mas o menos, adaptar el cambio y exigir que el tiempo sea respetado. Es la hora!