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Ernesto García Hernández
Opinión

Ya no me manden fan pages de candidatos: una elección no se gana en redes sociales

El tema electoral ha sido una de mis grandes pasiones, y desde pequeño tuve un importante vínculo con la vida democrática del país. Desde muy chico, vi cómo la izquierda intentaba posicionarse como un referente político en la construcción de las instituciones nacionales. Pero, sobre todo, de la mano de mis padres, fui testigo de todo tipo de campañas electorales, estrategias, tácticas evasivas y un sinfín de trampas que el partido hegemónico empleaba contra la oposición. Esto obligó a los candidatos opositores a utilizar cualquier estrategia disponible para competir contra las enormes inversiones del partido tricolor, lo que los llevó a replicar modelos similares al clientelismo priista.

La izquierda, en sus orígenes, se volvió creativa. Organizó recorridos en mercados públicos, campañas en camiones y plazas, aprovechando los espacios desatendidos por el oficialismo. Cuauhtémoc Cárdenas fue uno de los principales referentes en la adopción de políticas alternativas que, hasta el día de hoy, persisten como parte de la maquinaria electoral que impulsa cualquier campaña. Así nació un estilo político que se convirtió en un referente y que hoy será la primera opción para quienes busquen una candidatura judicial. Sin embargo, los perfiles que participan en la elección judicial suelen estar alejados de la política, son profesionistas de escritorio cuyo único vínculo con los comicios ha sido ir a votar. Ahora enfrentan el reto de transformar sus ideas en propuestas, pero en una elección que no despierta interés en la ciudadanía. He escuchado en las calles que se trata de una "elección de abogados", lo que, lejos de generar entusiasmo, provoca aún más desapego.

Seré directo: hacer una página de Facebook con el nombre del aspirante, con todo respeto a mis compañeros de generación, no me interesa. Ya los conozco, sé quiénes son y cuál es su trayectoria profesional y personal. No pierdan tiempo conmigo, busquen a la gente que no los conoce, ese es el verdadero reto. Más allá de crear una fan page, deberían enfocarse en obtener el respaldo de personas ajenas a su círculo inmediato. No me crean a mí, créanle a los mercadólogos, quienes todos los días enfrentan la difícil tarea de atraer clientes, segmentar públicos y convertir campañas publicitarias en ventas. Posicionarse entre casi dos millones de potosinos es una tarea compleja, y ni siquiera estar en el radar de esa cantidad de personas garantiza que obtendrán su voto, porque simplemente no los conocen. Son anónimos, y es natural, ya que no se dedican a la política.

Para ejemplificar cómo cada elección es diferente, quiero contar una historia que parece ignorada por los gurús de las campañas. Las grandes agencias de publicidad electoral siguen un manual, miden las elecciones con los mismos parámetros y venden su metodología como un producto caro. Convencen al candidato de que, por el simple hecho de trabajar con una agencia de la Ciudad de México, su posicionamiento está garantizado. Pero he visto cómo esas estrategias diseñadas por politólogos, mercadólogos y estrategas políticos fracasan ante los caprichos de los propios candidatos y su visión arraigada en el priismo.

Recuerdo un candidato –cuyo nombre prefiero olvidar– que, en un municipio de la zona media, gastó una fortuna en publicidad digital sin ver los resultados esperados. Desesperado, despidió a sus asesores y decidió tomar las riendas de su campaña. Su estrategia fue simple pero efectiva: organizó una cabalgata en el municipio.

Los “científicos” de las elecciones auguraron su fracaso. Pensaron que la estrategia se desplomaría y que su intento de llegar a la alcaldía terminaría ahí. Pero había un factor que no consideraron: el humano. Subestimaron el poder del sentimiento colectivo, el impulso de las campañas de tierra, las que generan un vínculo real con la gente. No sirve de nada ser el aspirante más brillante a juez o magistrado si no se sabe hablar en público, si el miedo escénico domina. Se pueden elaborar los mejores proyectos y sentencias, pero, si no hay conexión con la ciudadanía, es irrelevante. No existe un vínculo natural entre la labor judicial y el electorado, lo que podría provocar la caída de muchos candidatos, quienes, sin estrategia, serán arrollados por campañas mejor estructuradas.

Ante este panorama, solo me queda desear suerte a los aspirantes. Treinta días de campaña son un verdadero reto. Como dicen por ahí, no es lo mismo ver los toros desde la barrera. Para muchos, este camino será una dura lección, y si este esquema persiste, en futuras elecciones ya habrán experimentado el amargo sabor de una contienda sin recursos. Pero, por favor, ya no me manden más fan pages con sus candidaturas. Convenzan al electorado.