En el mundo de las campañas, un elemento indispensable es saber comunicar ideas claras, precisas y, sobre todo, contundentes para que el mensaje no se pierda entre el emisor y el receptor. Este es un desafío que, incluso desde el punto de vista lingüístico, resulta complejo, pero que es fundamental para convencer a las personas en el contexto de una campaña. Sin embargo, no todos poseen las habilidades necesarias para comunicar de manera efectiva, lo que representa uno de los primeros tropiezos para quienes aspiran a un cargo de elección popular.
Existe una falsa creencia de que los abogados somos "todólogos", expertos en todo, y que tenemos una capacidad innata para comunicar nuestras ideas con claridad. Pareciera que dominamos el lenguaje y la comunicación no verbal con facilidad, cuando en realidad sucede todo lo contrario. Muchos abogados tienen dificultades para expresarse de forma sencilla y efectiva, recurriendo a términos legaloides y tecnicismos rebuscados en un intento de proyectar autoridad sobre temas que en realidad desconocen. Esto no significa que todos los abogados que aspiran a un cargo judicial carezcan de habilidades comunicativas, pero sí es cierto que la mayoría aún emplea técnicas anticuadas y poco efectivas para transmitir un mensaje. Incluso los elementos visuales que utilizan en sus campañas suelen ser poco convincentes.
Uno de los mayores ejemplos de esta desconexión entre la imagen y el mensaje es el uso del traje en la propaganda electoral de los abogados. Aunque este atuendo está profundamente arraigado a la profesión, lo que realmente comunica es una imagen de estatus, poder e, incluso, corrupción. Para el ciudadano común, este símbolo no genera cercanía ni confianza; al contrario, provoca rechazo. En este sentido, los aspirantes a cargos judiciales deberían reconsiderar cómo se presentan ante el electorado, ya que la imagen que proyectan puede influir significativamente en la percepción pública y en la decisión de voto.
La diferencia entre los políticos y los abogados con formación judicial es abismal. Mientras los abogados postulantes suelen desenvolverse en entornos complejos y pueden comunicar con mayor claridad a los usuarios del sistema judicial, los abogados con formación en juzgados tienen un enfoque más técnico y especializado. Sin embargo, en una campaña política no se trata solo de explicar casos o asuntos legales, sino de comunicar un mensaje político, empaquetarlo de manera atractiva y adaptarlo a las necesidades de la ciudadanía. Aquí radica la clave para identificar quiénes son mejores comunicadores: los postulantes con experiencia en el litigio o los funcionarios judiciales acostumbrados a la formalidad del tribunal.
Volviendo al tema de la imagen, es fundamental que los aspirantes realicen un diagnóstico sincero sobre los aspectos positivos y negativos de su perfil. No siempre cuentan con los mejores antecedentes, y es un hecho que la mayoría de la ciudadanía no presta atención a quiénes son los jueces que resuelven los casos, salvo los litigantes. Estos últimos, a su vez, actúan como un filtro para evitar que las partes involucradas en los procesos judiciales conozcan demasiado sobre quienes toman las decisiones. En este contexto, los aspirantes a magistraturas deben desprenderse de la imagen tradicional del abogado y enfocarse en establecer una comunicación directa con la ciudadanía.
Hasta ahora, la estrategia comunicativa de quienes aspiran a un cargo judicial se ha basado en explicar algunas sentencias, en generar contenido más informal, como bailes o narraciones de su rutina de trabajo, pero no en lo más importante: presentar propuestas concretas y explicar por qué son la mejor opción para el electorado. Esta falta de claridad y enfoque contribuye a uno de los mayores problemas en las elecciones judiciales: el abstencionismo. Si la comunicación política sigue siendo deficiente, el desinterés de la ciudadanía solo aumentará, y los resultados esperados no llegarán.
El reto, por lo tanto, no es solo ganar una elección, sino cambiar la manera en que se comunica la función judicial al electorado. Si los aspirantes logran adaptar su mensaje, conectar con la ciudadanía y presentar propuestas reales y comprensibles, tendrán una mayor posibilidad de éxito. De lo contrario, seguirán hablando un lenguaje que solo entienden ellos, alejándose cada vez más de quienes realmente tienen el poder de decidir en las urnas.