Palpitaciones, falta de aire, sudoración y una intensa sensación de muerte inminente: así describen muchas personas sus ataques de pánico, una experiencia que puede ocurrir sin previo aviso y que a menudo es confundida con un infarto o una crisis neurológica. En México, se estima que entre el 7% y 9% de la población sufrirá al menos un episodio de este tipo a lo largo de su vida, y cerca del 2% podría desarrollar un trastorno de pánico crónico, según el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM, 2024).
Un ataque de pánico es una manifestación súbita e intensa de miedo o malestar, que alcanza su pico en minutos y puede estar asociado a factores como el estrés, antecedentes familiares, consumo de sustancias o experiencias traumáticas. De acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR), para considerarse ataque de pánico deben presentarse al menos cuatro síntomas físicos o cognitivos, entre ellos temblores, náuseas, desrealización o miedo a perder el control.
Aunque no implica un riesgo físico directo, el impacto psicológico es severo: disminuye la funcionalidad diaria y refuerza el miedo anticipatorio, generando un círculo vicioso. Los ataques están relacionados con una liberación abrupta de adrenalina y cortisol, respuesta típica del sistema nervioso autónomo ante situaciones de amenaza.
La buena noticia es que los ataques de pánico son tratables. La terapia cognitivo-conductual (TCC) es la intervención más eficaz, y se enfoca en técnicas como la reestructuración de pensamientos catastróficos y la exposición interoceptiva. En casos moderados o graves, pueden utilizarse antidepresivos ISRS como la sertralina, y de forma limitada, benzodiacepinas para controlar crisis agudas.
Además, prácticas como el mindfulness, la respiración diafragmática y el ejercicio aeróbico regular han demostrado ser efectivas para regular emociones y prevenir nuevos episodios. Una rutina con sueño adecuado, alimentación balanceada y reducción del consumo de cafeína y alcohol también contribuye al bienestar mental.
A pesar de la alta prevalencia, muchas personas no buscan ayuda por miedo al juicio social. “Los ataques de pánico aún son percibidos como una señal de debilidad, cuando en realidad son una respuesta neurofisiológica compleja que merece atención”, señalan expertos del INPRFM.
En respuesta, instituciones como la Secretaría de Salud y la UNAM han lanzado campañas comunitarias para fomentar la salud mental. Tras la pandemia, los casos de trastorno de pánico se incrementaron un 30%, con especial afectación en mujeres jóvenes y trabajadores del sector salud, según datos de 2023.
Reconocer y atender los síntomas es clave para evitar que estos episodios se conviertan en una barrera para una vida plena. Como afirman los especialistas: “Con tratamiento adecuado y apoyo, se puede recuperar el equilibrio emocional y retomar el control”.