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A gritos y sombrerazos

Fue un buen “grito”, ni más ni menos. Nuestro amado líder comenzó con el pie derecho la primera de seis veces que tocará el esquilón de San José, nombre con el que se conoce a la campana de Dolores que nunca tocó el cura Hidalgo —la mandó tañer la madrugada del 16 de septiembre, pues no la tenía colocada a modo como la tienen los presidentes en el balcón central de Palacio Nacional desde 1896.

El primer “grito” de nuestro amado líder pasará a la historia porque ningún otro antes, en ningún sexenio, había desatado semejante polémica sobre su contenido. Y como ya es costumbre desde hace tiempo, el presidente marcó agenda y calentó la plaza pública cuando dijo que se echaría veinte ¡vivas!

Su anuncio fue suficiente para que ardieran las redes sociales y sus enemigos dieran de gritos y sombrerazos con todo tipo de comentarios sobre lo que iba a gritar, cuánto se iba a tardar, cómo lo iba a decir y mil otras quejas no obstante que el presidente en turno puede gritar lo que le dé su presidencial gana pues no hay ley alguna que establezca que si el amado líder en turno no menciona cuando menos a diez protagonistas de la independencia, más tres vivas a otras causas y en menos de un minuto entonces el grito no vale.

Cuando uno de los presidentes se atrevió a gritar “Viva el tercer mundo” como lo hizo Luis Echeverría durante su sexenio en una noche del “grito”, cualquier otra arenga es un lecho de rosas. Y de hecho, salvo ciertos momentos en que han sido invocados personajes de otros momentos históricos ajenos a la independencia, nunca hemos escuchado otros vítores tercermundistas o cosas peores.

José López Portillo en 1979 gritó “Viva Hidalgo, el padre de la patria; viva Morelos, el siervo de la Nación, viva Guerrero, el consumador de la independencia” y de pronto metió un pase filtrado hasta la época de la Reforma y agregó: “Viva Juárez, el benemérito de las Américas”.

Tres años después, en 1982, cuando el país se caía a pedazos y ya se había echado el numerito de la nacionalización de la banca con todo y sus lágrimas de cocodrilo gritó: “Viva nuestra soberanía, viva nuestra autodeterminación, vivan nuestras libertades, México vive, México ha vivido, México vivirá”. Y más que vivir, sobrevivimos pues lo que siguió fueron una serie de crisis económicas que no nos dieron tregua durante casi todos los años ochenta.

Como en los viejos tiempos del presidencialismo mexicano, López Obrador supo llevar con orgullo la investidura presidencial y le devolvió al grito la dignidad perdida sobre todo durante el sexenio de Enrique Peña Nieto que parecía padecer cada 15 de septiembre y se la pasaba dándole de manotazos a la banda presidencial, haciendo corazones malformados y sonriendo para las revistas del corazón.

Nuestro amado líder gritó con emoción y enjundia como solían hacerlo José López Portillo, Salinas de Gortari o incluso Vicente Fox —sí, Fox el expresidente que hoy tuitea como si estuviera bajo los efectos del alcohol y la mariguana y que por cierto, en 2006 gritó ¡Viva Leona Vicario!, dato curioso para quienes creen que a nuestro amado líder se le ocurrió mencionarla por primera vez.

El presidente López Obrador ya tenía camino recorrido dando “gritos”, no en sus mítines y manifestaciones, sino en la noche de independencia. Lo hizo como jefe de gobierno, luego como presidente “legítimo” y ahora sí se le hizo como presidente constitucional. De los vivas que se aventó en este 2019, algunos ya los había practicado.

En 2010, en el llamado “grito de los libres”, expresó: “¡Vivan los héroes anónimos! ¡Vivan los indígenas! ¡Vivan los campesinos! ¡Vivan los obreros! ¡Vivan los migrantes! ¡Vivan los artistas! ¡Vivan los maestros! ¡Vivan los profesionistas! ¡Vivan los sectores productivos! ¡Vivan los jóvenes! ¡Vivan las mujeres! ¡Viva la cultura! ¡Vivan los dirigentes sociales y políticos asesinados o desaparecidos por defender las causas populares!”.

Desde luego, no es lo mismo autoproclamarse presidente que ser presidente constitucional así que su primer grito fue moderado, sobrio, solemne y emotivo, tanto que dejó con la boca abierta a muchos de los enemigos de la 4T que no tuvieron más remedio que reconocer que había sido un buen grito.