Las mascotas olímpicas, un legado que no siempre perdura

La historia de las mascotas olímpicas no es tan larga, aunque pareciera que sí, y con el paso de los años pocas logran quedar en la mente del público.

Las mascotas de eventos deportivos suelen ser olvidadas y salvo algunas excepciones, se convierten en un mecanismo que terminará en los souvenirs de alguna competencia, un punto donde radica su valor para permitir el ingreso de fondos a las altas inversiones para organizar unos Juegos Olímpicos o una Copa del Mundo de futbol.

Pero la creación de una mascota olímpica no es una labor que nos evoque al capítulo de Los Simpson donde Homero crea a Resortín con el afán de convencer al Comité Olímpico Internacional de recibir la justa veraniega. Cada uno de estos íconos busca transmitir un mensaje y con suerte pasar a la posteridad.

Para Tokio 2020 se presentó a Miraitowa (de las palabras mirai que significa futuro y towa de eternidad), un personaje inspirado en el proverbio japonés “aprender del pasado y desarrollar nuevas ideas”, con un patrón de colores, diseño moderno y una figura atlética, pero además con el poder de la teletransportación, un don necesario para estar en todos los escenarios olímpicos, sino ¿cómo llegaría del atletismo a la natación?.

Con los Juegos Olímpicos de la era moderna celebrándose desde 1896 uno pensaría que el historial de las mascotas es amplio, pero Miraitowa es apenas el décimo tercero en la lista de las competencias invernales, con una historia que, curiosamente, empezó en las pruebas de invierno.

Schuss fue la primera mascota olímpica presentada para Grenoble (en Francia) en 1968, aunque en aquella ocasión preferían decirle personaje y se trataba de una caricatura de un personaje esquiando que fue creado en una noche en enero de 1967, pero estableció las bases de su objetivo: colocarlo en llaveros, imanes, pines o relojes, todo objeto comercializable.

Pero desde la parte oficial, no fue hasta Munich 1972 que un perro salchicha de nombre Waldi fue considerada la primera mascota olímpica. Su creadora fue Elena Winschermann y lo dibujó en una fiesta de navidad del comité organizador luego de que a los asistentes se les entregó una hoja de papel y colores para ayudar con el cometido.

Aunque no fue planeado, resultó que la silueta de Waldi trascendió dado que la ruta del maratón tenía su imagen con la cabeza del perro mirando hacia el oeste y con el recorrido iniciando desde el cuello.

La organización y el Comité Olímpico Internacional también dieron un paso más al convertirlo en la primera mascota de la cual se comercializaron los derechos, por lo que colocar su figura en un producto tenía un costo.

Así fueron llegando personajes a la historia olímpica con diversas historias detrás, como el águila Sam de Los Ángeles 1984 creada por Robert Moore, parte de Walt Disney, otro personaje que arribó de último minuto luego de que el original era un oso, lo cual evocaba a Misha (Mikhail Potapych Toptygin), el personaje utilizado en los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 en el momento en que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética vivían en la tensión de la guerra fría.

Pero ninguna de ellas ha tenido el impacto que logró Cobi en Barcelona 1992, un diseño que partió de un “garabato de un pastor catalán” con un toque cubista creado por Javier Mariscal. Hasta ahora ha sido el único personaje que ha tenido un éxito global impulsado por una caricatura de 26 capítulos con derechos adquiridos por 24 televisoras y que 25 años después sigue siendo recordado, con sus productos considerados artículos de colección.

 

Con información de Excelsior