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El pasado siempre tiene la culpa

Los detalles sobre los que este diablo escribe llegan a su fin. Esta es mi última colaboración para este diario, pero antes de que 

se abran paso todas las teorías de la conspiración habidas y por haber, juro que no es por censura, ni por presiones de nadie, ni por línea editorial, ni por amenazas, ni por afirmar que el pozole vegetariano es una maldita sopa de verduras, ni porque he pedido a los hados que nos caiga un meteorito pronto, se debe simple y llanamente a que se terminó el proyecto. 

 

Lo bueno es que como tenemos amado líder para rato y un México bizarro tan bien logrado y en constante expansión, espero encontrar pronto otro espacio para seguir escribiendo sobre la irritante solemnidad de nuestra clase política, sobre el nuevo quemadero inquisitorial de los fanáticos de la 4T con todo y su falta de sentido del humor; sobre la oposición fantasma que según cuenta la leyenda existe en algún lugar, pero nadie la ha visto; sobre el PRI y el PAN que están más cerca de la extinción que la vaquita marina; sobre nuestros expresidentes, Fox y Calderón que deberían ser enviados como embajadores a la Conchinchina y anexas; sobre el mexicano más feliz, feliz, feliz de la 4T, Enrique Peña Nieto, el ganón de toda esta historia; sobre la elevación a los altares de Manuel Bartlett —el inmuebles— que se encuentra sentado a la derecha del padre y de su amiga, la implacable Irma Eréndira Sandoval o sobre el triunfo del cacicazgo sindical, versión “nosotros sí somos los buenos” representado por la CNTE al grito de ¡muera la educación pública!, entre muchos otros temas que rebasan la imaginación y hacen de este país poco menos que un trágico show cómico, mágico, musical. 

 

Pero los detalles de los que escribía este diablo tenían como denominador común la historia versión 4T, sus usos, sus abusos y sus invenciones. Fox desterró a la historia de la discusión pública, Calderón le dio base por bola y Peña Nieto seguramente siempre la escribió sin h. Sin embargo, nuestro amado líder, como un nuevo Quetzalcóatl, regresó para reclamar su trono y de paso nos trajo de vuelta a la historia, pero en su muy particular interpretación. 

 

No hay forma de escapar de la nueva historia oficial, como no fue posible evadir la historia oficial escrita por el sistema político priista en la segunda mitad del siglo XX. Ambas son semejantes: excluyentes, inquisitoriales, niegan la otra parte y prefieren juzgar y sentenciar, a comprender.

La vieja historia oficial y la nueva historia oficial con sus correspondientes regímenes responsabilizan al pasado de todos los males de México; desde su perspectiva no había —no hay— nada de rescatable en los gobiernos o periodos que los precedieron. Por eso los 300 años de dominación española, las primeras décadas del México independiente en manos de los criollos, el porfiriato y ahora el neoliberalismo son periodos que valdría la pena suprimir porque la independencia, la reforma, la revolución y ahora la 4T se levantaron contra esos periodos de tinieblas para iluminar con su fulgurante destello el camino que debía —y debe seguir— el país. 

 

Desde luego, el sistema político priista que durante años se concibió a sí mismo como la cúspide de la evolución histórica de México —como ahora se ve la 4T— ya se encuentra en el otro lado de la moneda: pasó a engrosar las filas de los villanos. 

 

La nueva historia oficial no tendrá el impacto que tuvo la del siglo XX porque hoy tenemos opciones para confrontarla y cuestionarla, pero a lo que deberíamos aspirar como sociedad es a conocer una historia incluyente —con sus diversas interpretaciones—, en la que no quede fuera ningún periodo, hechos y personajes porque en la construcción de la identidad y la memoria histórica no deben depender de un régimen y su interpretación del pasado. 

 

Para no caer en declaraciones tan absurdas y simplistas como que el triunfo de nuestro amado líder abreva de la lucha guerrillera de los años 70, cuando lo cierto es que su victoria, en términos de la movilización ciudadana y consolidación de instituciones democráticas, se explica en los terribles y oscuros años del neoliberalismo.