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El Mirador
Redacción

Ni calladita, ni nada.

Nunca más un calladita te ves más bonita’”, expresó hace unos días Claudia Sheinbaum. La jefa de Gobierno habló ante gobernadoras y legisladoras, pero, más allá de eso, del evento institucional, sus palabras resuenan en una coyuntura que se alimenta del descrédito de figuras y posiciones que, con mayor frecuencia y tras muchos años de trabajo, ocupamos las mujeres. Es la resistencia, la de un patriarcado que parece estar muy cómodo en los varios frentes donde se ostenta poder y privilegios. Por eso, con más frecuencia es que observamos cómo es que se aferran a él y cómo es que lo utilizan de formas cada vez más burdas. 

Precisamente, Sheinbaum ha sido uno de los principales blancos de esa resistencia que persiste en su batalla contra la lucha feminista, ¿por qué una mujer sería candidata a la Presidencia?, ¿por qué ella? Con frecuencia buscan minimizarla” como la favorita” del Presidente, como si ella, la doctora Sheinbaum careciera de las credenciales necesarias no sólo para el cargo que hoy ocupa, incluso para llegar a Palacio Nacional. Es hoy una de las mujeres políticas con más reflector en el escenario nacional, pero no es la única que ha estado en el centro de los ataques.

La resistencia al poder de las mujeres, que también se muestra desde el púlpito presidencial. Norma Lucía Piña, por ejemplo, primera mujer en ser ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero también una figura en la mira de López Obrador, porque tuvo los tamaños para votar y resolver contra las iniciativas presidenciales. Piña no se deja influenciar y trabaja para que la Corte siga por ese camino, en donde la autonomía y separación de poderes continúen como eje. Y como la ministra presidenta, Denise Dresser. Casi 90 menciones a su persona en lo que va de las mañaneras, que quedó reducido a un talk show. Todas las ocasiones que se ha escuchado el nombre de esta prestigiada politóloga, ha sido para descalificar su labor, pero también algunas para lanzarle acusaciones sin fundamento cuyo único fin es golpear su carrera. Dresser tuvo el valor de demandar y, aunque en su columna del pasado lunes en Reforma escribe el lamentable desenlace que tiene su caso al momento, precisa que no se detendrá.

Le llaman poder macho o posmachismo y se refiere al furibundo movimiento que intenta destruir los logros feministas”, así lo describe Miquel Echarri en el El País. Los ejemplos pasados no son simples estrategias políticas”, son reacciones del más recalcitrante patriarcado: La señora presidenta de la Corte, para hablar en plata, está por mí…”, expresó López Obrador hace justamente un mes, sólo porque Piña tomó la decisión de no pararse y aplaudirle durante la ceremonia por la Constitución. Mujeres de todos los colores y sabores han sido objeto de esa resistencia. Claudia, Norma, Denise… Carla: diputados buscaron la forma de impedir que Carla Humphrey llegar a  la terna para contender por la presidencia del INE, pero también retaron al Tribunal Electoral cuando éste dio la orden de que esa lista fuera compuesta exclusivamente por mujeres.

A Lilly Téllez, por ejemplo, se le intenta desacreditar por asuntos personales, muy lejanos a su trabajo político; a Olga Sánchez Cordero, cuando fungía como secretaria de Gobernación, se le cambiaba despectivamente su apellido para hacer mofa; a Margarita Zavala no dejan de observarla a través del ejercicio político de Felipe Calderón. Pero también se trata de ignorar los avances en materia de género en varios frentes. En Veracruz, por ejemplo, los jueces se resisten a tipificar agresiones como feminicidio en grado de tentativa, todo se queda en violencia familiar”.

En su artículo, Echarri señala lo escrito por Cristina Fallarás en Ahora contamos nosotras (Anagrama, 2019), donde la periodista recuerda cómo vivió la explosión del equivalente al #MeToo en España, tras la sacudida que generaron las primeras denuncias. Contra esta escalada bélica, el feminismo se encuentra en inferioridad por su lógica no violenta: cuando nos gritan, nos callamos, cuando nos agreden, nos retiramos”. Fallarás entiende esta resistencia cultural a dejarse arrastrar al fango, a jugar con las sucias armas del enemigo”. Pero recuerda, no sin amargura, que la historia demuestra que ningún cambio social ha podido realizarse sin algún tipo de violencia contra las estructuras de poder”, precisa Echarri, por eso hoy más que nunca, y ante estos embates cotidianos, conviene recordarnos que nunca más nos verán calladitas