titulo_columna
El Mirador
Redacción

Los privilegios de ser mujer

Comparto mi solidaridad con tantísimas mujeres que han sufrido en el siglo XX, y desde siempre. Mi solidaridad brota del dolor por la desigualdad padecida. Aunque ya hemos conquistado derechos otrora ausentes y mejores condiciones de todo tipo, en la práctica aún existen múltiples y cotidianos rasgos de injusticia. Yo también he vivido algunos: clichés, tratos distintos, inseguridad en la calle y otras manifestaciones.

 

Más de alguno habrá leído el libro que da nombre a esta columna: El privilegio de ser mujer, de la autora belga-estadunidense Alice Von Hildebrand. Rememoro de sus páginas algunas citas: de Shakespeare registra la frase “fragilidad, tienes nombre de mujer”, y de John Milton, “la mujer es un bonito error”.

 

Estas expresiones literarias y tantas más que permearon en la cultura, me mueven, como a tantos, a pronunciarme. Y mi mensaje más profundo es que no se pueden negar las injusticias padecidas, y que éstas deben detenerse, dejar de estar en nuestro presente y transitar, de una buena vez, al pasado de nuestra historia.

 

Considero que esta convicción es, en general, compartida y defendida. Sin embargo, existen algunas voces que toman esta noción hacia el diálogo y otras que tienen dejos de un discurso más radical que ensancha las distancias y acentúa los rencores y los enfrentamientos.

 

Estas posturas pululan; en los medios, en las calles y en las redes sociales, ante lo cual, considero, hay que recordar este matiz: así como en el periodismo se escuchan más las malas noticias por sobre las buenas, las posturas radicales suenan y se destacan porque son más visibles, pero no necesariamente porque sean más populares.

 

A mi parecer, ese feminismo más tendiente a lo radical, busca, como otros feminismos, detener la perpetuidad de estos errores históricos. Y, aunque muchas veces suman, porque hacen evidente los temas y no descansan, con frecuencia sus separatismos también restan.

 

Creo que sería positivo que el feminismo, de todo tipo y orden, retome en su núcleo dos lentes fundamentales: todo feminismo surge como una lucha legítima por la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, y uno de los presupuestos más inseparables del feminismo es, de hecho, la dignidad del ser humano.

 

Propongo, como tantas voces, que reconectemos con la base del feminismo: la centralidad y el valor intrínseco de la persona. Rescatemos del feminismo su origen e inspiración, enraizados en la búsqueda de la igualdad de la dignidad que nos da ser personas.

 

Busquemos y promovamos un cambio cultural enraizado en el respeto, que rescata la valía de la mujer y de cada persona. En este sentido, algunos tenemos la convicción de que, además de lo anterior, el hombre y la mujer guardamos semejanzas y diferencias. Rasgos afines, como particularidades que nos dan riqueza. Vemos, pues, una valiosa complementariedad que brinda armonía. Vemos y procuramos una cultura que quiere emerger y reconstruir el valor indeleble de la persona humana.

 

El día de hoy, desde mi rol y mi ámbito de influencia como mujer y rectora, celebro el ser mujer y procuro el cambio a un mundo más justo y armonizado. En este 8 de marzo, mi solidaridad y cariño para todas las que amamos ser mujeres.