Este fin de semana volví a la Malinche, aquella montaña que no importa en que fecha la visites, siempre muestra su belleza, y me puse a reflexionar que, a lo largo de la vida, nos encontramos constantemente con muchos sueños y metas que nos inspiran a ascender a las cimas más elevadas de nuestra existencia. Sin embargo, la realidad es que alcanzar esos objetivos a menudo implica enfrentar etapas oscuras y desafiantes. La trampa en la que, me parece, muchos caemos es que queremos cumplir con la romantización de cada paso, olvidando que la verdadera grandeza reside en aceptar las facetas desagradables del camino.
Al vivenciar mi ascenso a la majestuosa montaña de La Malinche, experimenté la intensidad de esta lección existencial. En la oscuridad de la madrugada, cuando cada paso era una lucha y la tentación de regresar a la comodidad de la cabaña era abrumadora, comprendí la verdad cruda: iniciar el camino es, muchas veces, la parte más difícil.
Es fácil caer en la trampa de creer que para alcanzar nuestros sueños debemos disfrutar cada etapa del proceso. Sin embargo, la realidad es que hay momentos desafiantes y desagradables. En mi mente resonaban las voces que sugerían renunciar y volver a la seguridad de la comodidad. Pero fue justo en ese momento cuando entendí que aceptar lo difícil, lo oscuro, es crucial para vislumbrar el amanecer en la cima, que al final, ese era mi grandioso objetivo: Todo esto, por ver un amanecer en lo alto de la cima.
La conexión con la vida diaria es innegable. Muchas veces, en la búsqueda de nuestros sueños, enfrentamos obstáculos, momentos de incertidumbre y fatiga. La trampa más peligrosa es la tendencia a convertir el proceso en un poema idealizado. No es necesario embellecer cada paso para justificar el camino que hemos elegido. La vida es compleja, y cada experiencia, agradable o desagradable, es parte integral de nuestro viaje.
En mi práctica como Terapeuta Existencial, he observado a muchos pacientes que luchan con la incapacidad de abrazar las "malas etapas". La resistencia a aceptar los momentos desafiantes a menudo conduce a la frustración y a una sensación de desánimo. Les recuerdo que el proceso no necesita convertirse en una obra de arte para ser valioso. Vivir el proceso con todas sus facetas, los momentos agradables y los desagradables. El gozo y el sufrimiento, es la verdadera esencia de la experiencia humana.
La vida, al igual que mi ascenso a la montaña, es una mezcla de alegría y sufrimiento, de gozo y desafío. Aceptar esta dualidad nos libera de la necesidad de hacer que cada paso sea perfecto y nos permite abrazar la verdad de nuestro ser. El sufrimiento no es una falla en el camino, sino una parte integral de la travesía hacia la cima.
Entonces, a aquellos que se encuentran en medio de su propio ascenso, les digo: no transformen el proceso en un poema para sentirse justificados. Vive cada momento con autenticidad, aceptando las sombras y luces por igual. La grandeza no radica en evitar los momentos oscuros, sino en atravesarlos con coraje, sabiendo que la cima, con su amanecer glorioso, espera al final de la jornada. En la aceptación de cada etapa, encontramos la verdadera fortaleza para enfrentar los desafíos del camino y alcanzar las alturas que anhelamos.
Agradecida con Rodrigo Mercado, Mariana Tobias, Alejandro Rueda y Daniel Álvarez, por la grandiosa compañía en la montaña. Alguno de ellos dijo: “No es la montaña, es con quién la subes.”
Por, Elizabeth Mercado.
Terapeuta Existencial.
Autora de Jaula Mental, decorar la jaula no te hace libre (disponible en Amazon)
Ig: elizabeth.mdo