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Fernando Rodríguez Román
La ciudad que nos mueve

¿Qué es una buena vida?

En la búsqueda incansable de definir "¿Qué es una buena vida?", nos encontramos en un mar de decisiones diariamente, desde el instante en que despertamos hasta el momento en que “decidimos” dormir. Estas elecciones diarias son la base, que consciente o inconscientemente, cimentan la construcción de lo que concebimos y construimos como una existencia valiosa y plena. Sin embargo, la buena vida no emerge únicamente de nuestras acciones individuales y “autoprogramadas” por el contexto o la sociedad en la que crecimos; en realidad está muy ligado a nuestra concepción de lo que creemos que es el éxito y el autoconocimiento o consciencia de nuestras acciones para decidir qué hacer diariamente.

Hay muchas perspectivas y visiones sobre lo que una buena vida pudiera ser, hay ideas valiosas muy antiguas como la idea de “eudaimonia” de Aristóteles enfocada en la realización personal y la virtud; o la de “ataraxia” de Epicuro que valora la paz interior y la ausencia de perturbaciones; o el “memento mori” de Marco Aurelio, encontrando paz en lo inalterable por nuestras capacidades; o el "ama a tu prójimo como a ti mismo" de Jesús, promoviendo una vida de amor desinteresado y compasión; o el “imperativo categórico” de Kant, tratando a todos como fines en sí mismos; o la “voluntad de poder” de Nietzsche, superando obstáculos para la auto-realización desde valores propios; o el "dasein" de Heidegger, abrazando nuestro único lugar y momento en el mundo para vivir y expresar nuestra esencia auténtica; o “la rebelión contra el absurdo” de Camus, encontrando significado en nuestra lucha personal; entre muchísimas otras.

Estos pensadores y muchas más personas han explorado los contornos de una vida que merece la pena ser vivida, revelando que, a pesar de las diferencias, hay principios universales que resuenan en el corazón de esta cuestión.

Personalmente creo que tiene que ver con la importancia de ser amables, primero con nosotros mismos y luego con los demás. La empatía, es ese puente que conecta corazones y mentes, recordándonos que la “bondad” hacia uno mismo y hacia los otros es el punto de partida hacia cualquier reflexión sobre una buena vida. Esta lucha dialéctica entre razón y emoción, mas que ser un conflicto, es un diálogo enriquecedor que nos permite encontrar equilibrio y armonía en nuestro ser y en nuestras interacciones con el mundo.

Adoptar el “principio de caridad” del filósofo Donald Davidson puede ser de gran ayuda, que significa dedicar nuestro tiempo con la intención de realmente entender y ayudar a otros, más allá de unas monedas o gestos simbólicos. Especialmente siendo conscientes de que nuestro tiempo es limitado y no podemos ayudar a todo mundo, y que tenemos que elegir. Esta selección consciente, lejos de limitar nuestro impacto, inspira cadenas de bondad, buscando calidad más que cantidad, liderar con el ejemplo potencia más acciones que tan solo las nuestras, incluso dentro de nuestras restricciones temporales y espaciales.

La buena vida, se teje de las relaciones que cultivamos diariamente. La calidad de nuestras conexiones humanas y la profundidad de nuestro diálogo y la apertura a cuestionarnos lo que hacemos, incluso cuando resulte incómodo, son esenciales para experimentar genuinamente la vida que deseamos conscientemente.

Así, la buena vida se revela no solo en la reflexión de ideas valiosas de otros sino en la acción cotidiana: en el amor que damos y recibimos, en el equilibrio que encontramos entre la razón y la emoción junto con la acción, y en nuestro compromiso con un mundo más justo y amable. La vida es un camino que cada uno de nosotros debe trazar, inspirados por las enseñanzas de aquellos que nos precedieron, pero guiados por nuestra propia brújula interna. Una buena vida, no es una meta fija, sino un horizonte dinámico hacia el que podemos voltear a ver, ¿Qué es una buena vida? es una pregunta que respondemos no solo a través de palabras, sino a través de la vida misma.