En un municipio al norte de San Luis Potosí, la viveza de un pueblo milenario implacable retumba en los ecos áridos de cada danzante. En Matehuala, los Matlachines son parte de una expresión rítmica, cultural que data desde la herencia chichimeca influenciada por los tlaxcaltecas en el territorio.
Como cada seis de enero, la fiesta patronal al Señor de Matehuala ofrece una peregrinación dancística de diferentes agrupaciones en comunidades cercanas. Este año, por primera vez en conmemoración al Día del Danzante, el atrio de la Catedral de la Inmaculada Concepción se inundó con la presencia de cuatrocientos penachos emplumados que ofrendaron su baile al santo cristo.
"Esta iniciativa fue precisamente para hacerle su día al danzante, para seguir proyectando y conservando las tradiciones y costumbres que ellos hacen a través de generación en generación y de familia en familia... Por eso instituí que el primer domingo de enero fuera dedicado al Día del Danzante en honor a nuestro Señor de Matehuala", señaló, Jesús Torres Arias, folclorista y cronista de la ciudad.
Entre sincretismos prehispánicos y religiosos, 18 agrupaciones de danzantes atendieron a un llamado para celebrar la efeméride y se congregaron para demostrar su fe en el Señor de Matehuala. Al concluir la misa del medio día, jóvenes, adultos y niños desfilaron para espectadores y devotos hasta esperar su turno al pie del templo.
"Fue muy rápido, pero lo hicimos con mucho amor y es la primera vez que se instituye. Tiene ya años que se hace una peregrinación, pero nada qué ver con lo de ahorita... Son 18 danzas, más o menos son unos 400 a 500 bailarines y todos son danza del corte tipo guadalupano de diferentes partes del interior del Estado, incluso de Monterrey... Nos satisface mucho que haya habido muy buena respuesta y que como hermanos estén aquí en este festejo", declaró.
Bajo un sol radiante, el repiqueteo de las faldillas de carrizos y nubes de polvo que levantan los huaraches de cinco suelas, solo se interrumpían entre los movimientos de los coloridos penachos y el ritmo de las sonajas. En sus formaciones, asomaban manitas de niños concentrados en los pasos de sus compañeros danzantes. Son colonias y localidades enteras que aprendieron el arte de danzar.
"Esa es una gran emoción porque precisamente les está inculcando el amor a su tierra. La fe de su santo, para que vayan teniendo cariño... Ellos vienen todos por su propia cuenta, por amor al arte. A nadie se le está pagando... Me da mucho gusto ver niños y por ello dije, que se haga esto porque vale la pena reconocer el día del danzante", señaló.
Aunque para algunos, la palabra original "Matachín" era la traducción del bufón o payaso, con el paso del tiempo, la academia adoptó el término y lo modificó a "Matlachín".
Como lo explicó Torres Arias, en la danza "se han transformado algunos sones, de hecho, estamos en una sociedad cambiante en que todo el folclor se ha ido modificando. Sin embargo la esencia de la fé, de pagar la manda de los fieles no se pierde. Le siguen bailando a un santo, siguen bailando en las fiestas patronales y es la alegría del pueblo".
Hacia el cierre del desfile, los artistas continuaban alegres en su celebración. Al ras del suelo, un pie descalzo seguía el paso de los otros sin mediar menor fuerza. Y sus dueños, sonreían despreocupados y colorados a las cámaras.
A partir de este momento en la historia, como lo aseguró el cronista, las agrupaciones depositan su esperanza en la colaboración de la estancia municipal y la institución eclesiástica para revelar con mayor orgullo, la tradición cultural que vive en el Altiplano.