Por siglos, la humanidad concibió a los animales como seres instintivos, carentes de emociones complejas. Hoy, la neurociencia demuestra lo contrario: su capacidad de amar, sufrir o alegrarse tiene bases biológicas compartidas con nosotros.
El Dr. Gregory Burns, de la Universidad de Emory, escaneó cerebros de perros mediante resonancia magnética funcional (FMRI) y descubrió que, al ver a sus dueños, se activaba su núcleo caudado —la misma zona vinculada a emociones humanas como la felicidad—. "El sistema límbico, responsable de afectos, es herencia evolutiva de todos los mamíferos", explica Burns.
Jaak Panksepp, neurocientífico de la Universidad de Washington, afirma que emociones como el amor filial surgieron en mamíferos primitivos millones de años antes que en humanos. "Estudiarlas en animales nos ayuda a entender las nuestras", señala. Investigaciones confirman que primates, lobos y hasta ratones experimentan empatía, lealtad o angustia.
Pese a los hallazgos, muchos académicos aún tratan a los animales como meros objetos de estudio. En México, la Ley de Protección Animal de San Luis Potosí busca garantizar su bienestar, pero expertos urgen a aplicar un enfoque empático: "Sus emociones son tan reales como las nuestras", subraya Panksepp.
Documentales como Blackfish o filmes como El Oso (Jean-Jacques Annaud), junto con libros como El mono desnudo (Desmond Morris), ilustran esta conexión emocional entre especies. La ciencia, al fin, valora lo que dueños de mascotas y naturalistas siempre supieron: no estamos tan separados del reino animal.