Antes de que existieran las advertencias de contenido sensible o las plataformas de streaming, Candy Candy llegó a la televisión mexicana para cambiar la forma en que una generación entera entendía el amor y el dolor. Aunque visualmente parecía una caricatura tierna, detrás de sus ojos brillosos y paisajes bucólicos se escondía una trama cargada de tragedia, pérdida y sobrevivencia emocional que resonó profundamente con el público infantil de la época.
Transmitida en Canal 5 durante los años ochenta, la serie —originalmente creada por Kyoko Mizuki e ilustrada por Yumiko Igarashi— se convirtió en la primera experiencia melodramática de muchos niños y niñas. Contaba la historia de Candice White, una huérfana que enfrentaba una vida llena de obstáculos: desde perder a su primer amor, Anthony, hasta trabajar como sirvienta para una familia abusiva, pasando por separaciones dolorosas y desilusiones amorosas. Fue, sin proponérselo, la primera “telenovela animada” infantil en la televisión mexicana.
Lo que hizo único a Candy Candy fue su capacidad para explorar emociones complejas desde una estética infantil. Su tono melodramático, al estilo de una telenovela, cautivó no solo a niñas y niños, sino también a madres, abuelas y hermanas mayores. A través de Candy, aprendieron que se puede llorar, caer, levantarse y seguir adelante con ternura y valentía. Frases como “¡Anthony!” o escenas como la muerte de Stear se convirtieron en heridas compartidas, parte del imaginario emocional de toda una generación.
Aunque hoy la serie no está disponible en plataformas oficiales por disputas legales entre sus creadoras, Candy Candy sigue viva en la memoria colectiva como el primer personaje animado que rompió corazones infantiles. Fue un parteaguas emocional que enseñó a muchos que incluso en las caricaturas, el dolor puede ser real, y la esperanza también.