La espera duró 16 años. Las heridas, quizás durarán más. Pero este viernes, en el corazón lluvioso de Cardiff, Oasis volvió a levantar la voz. Y no fue un murmullo. Fue un grito que atravesó cuatro generaciones. En el Principality Stadium (ante 74 mil almas que agotaron entradas en minutos y volaron desde todo el mundo para presenciar lo imposible) esta banda renace.
Liam y Noel, tomados de la mano al inicio del show, sellaron algo que parecía impensable: el fin de una guerra que había dejado tras de sí una de las bandas más importantes de la historia. Y el regreso fue a su manera, sin declaraciones espectaculares, sin sentimentalismos, con una certeza irrefutable: Oasis está vivo. Más vivo que nunca.
Noel fue el primero en asomarse. Lo vieron algunos desde lejos, saliendo por uno de los túneles, escudriñando el estadio como si no creyera del todo lo que estaba por suceder. Su mirada recorría las gradas, y aunque parecía desafiante, tenía algo de incredulidad. Como si aún no estuviera seguro de que, después de tanto, se volvería a subir con su hermano Liam al escenario. Pero a las 8:15 de la noche tiempo local, todo quedó atrás y arrancaron con Hello.
Todo en torno a un reencuentro con una identidad. Esa que, como bien dijo Noel en días previos, sigue conectando con nuevas generaciones que entienden que Oasis no era un producto prefabricado. El regreso también incluyó a Paul Bonehead Arthurs, el guitarrista rítmico original que abandonó el grupo en 1999, y que esta noche volvió a los reflectores.
Liam entró con las maracas en las manos y el pandero en la boca. Dueño del escenario, del ruido, de la irreverencia. Se mueve libre, con las manos tras la espalda, agachado. Muerde las palabras, escupe las notas, y transforma el caos en un ritual. En la pantalla gigante, curva, los rostros de los Gallagher se ven por todos lados, es imposible no impactarse.
Gracias por esperarnos tantos años”, pronunció Liam Gallagher, y más adelante sólo alentó a su público un poco más en una de las contadas intervenciones: “Lo más importante es lo que siente la gente”.
Canción tras canción, los éxitos fueron cayendo como cascada. Rock ‘n’ Roll Star, Supersonic, Roll With It, Morning Glory. El setlist fue un repaso perfecto por lo más emblemático de su discografía, aunque la interacción entre los hermanos fue prácticamente nula, salvo un abrazo al final. El público lo cantó todo. Muchos lloraron. Otros simplemente no podían creerlo.
Y mientras eso ocurría en el estadio, el mundo entero seguía el show a través de transmisiones no oficiales que reunieron a más de 900 mil personas en línea. En México, el hashtag #QueremosRock se convirtió en tendencia. Porque lo que ahí ocurría no era sólo un concierto. Era historia. Era nostalgia convertida en presente.
La gira —con 41 conciertos programados en cuatro continentes— ya se perfila como un fenómeno de impacto global. Las casi 900 mil entradas vendidas en tiempo récord y el caos en la preventa digital, llevaron incluso al regulador británico a abrir una investigación contra Ticketmaster por sus prácticas de “precios dinámicos”. Barclays estima que los fans podrían llegar a gastar más de mil millones de libras esterlinas en boletos, transporte y hospedaje. No es sólo música. Es una industria que renació con una banda que se negaba a morir.
Y aun con toda esa maquinaria detrás, hubo momentos íntimos, irrepetibles. Como cuando proyectaron la imagen del futbolista portugués Diogo Jota, recientemente fallecido, justo mientras sonaba Live Forever. Un gesto que sobrepasó cualquier rivalidad. Porque aunque Oasis siempre fue sinónimo del Manchester City, esa noche dejaron claro que la música —como la vida— está por encima de cualquier escudo.
Cigarettes & Alcohol hizo temblar todo. El público explotó en la pista. Y en redes ya circulan miles de clips de esos segundos: cuerpos brincando, vasos volando, gritos que parecen no terminar. También se viralizó la imagen de los Gallagher, de espaldas, abrazados, fundiéndose en la ovación.
No podían faltar Wonderwall y Champagne Supernova, esos himnos que los encumbraron en los 90 y que hoy, tres décadas después, siguen siendo emblemas de la banda. Con esas cerraron. Y cuando todo terminó, lo único que quedó fue un estadio empapado de cerveza, sudor y una expectativa hasta el techo, de todo el mundo esperando la visita del grupo.
En el suelo, cientos de vasos vacíos eran la evidencia de una fiesta que quedará en la memoria de la industria musical. Porque Oasis, como lo dijo un fan mexicano que viajó a Cardiff sólo para verlos, “es más que una banda, es casi un movimiento”. Y esa noche, ese movimiento volvió a ver la luz.