Varios de mis conocidos leen esta columna. Ya sea entre familiares o amigos o fanáticos de este deporte, son muchas las personas que he ido encontrando en el camino y que en medidas diversas van descubriendo que el fútbol americano es un tema de interés para mí que casi raya en la obsesión.
Siempre he mantenido que lo que me fascina de este deporte es que considero que se parece mucho al ajedrez, siempre protegido bajo una máscara de estadística y probabilidad.
Todo el tiempo hay cifras que indican cuál equipo es mejor en cada departamento del juego: defensa, ofensiva, yardas aéreas, yardas por pase, tiempo de protección, capturas al mariscal, conversiones en tercera oportunidad y un absurdamente amplio etcétera… cada aspecto está milimétricamente estudiado para dar parámetros tangibles que nos indiquen cuál es el resultado más probable a suceder. Estos datos son aprovechados de maneras tan amplias como crear bases de datos para el uso de historiadores y estadistas, y tan simples como poner dinero en una casa de apuestas.
Entonces, si es tan exacto ¿Cuál es el sentido de compararlo con el ajedrez? Si alguna vez han estado frente a un tablero, sabrán que siempre hay qué estar atento a lo que hace nuestro oponente. En ocasiones, los grand masters del ajedrez explican este juego de estrategia como “pensar siempre en los siguientes dos pasos”. Básicamente, eso es lo que requiere el futbol americano en cada una de sus facetas del juego: Queda 1 minuto y 20 segundos para terminar el partido, es primera oportunidad, tu oponente presenta una formación pistola, tres receptores a la derecha, necesitan 5 yardas para el gol de campo y empatar el partido, pero un touchdown les da la victoria… ¿Qué haces? ¿Qué formación defensiva tienes para impedir el avance? ¿Y si tu oponente pone a uno de sus receptores en movimiento hacia el otro lado de la formación? ¿A quién mandas a cubrir ese cambio?
Para resumir lo anterior, ¿El americano requiere estrategia? Sí, ¿Es un sistema complicado? Sí, ¿Tienen qué ver las estadísticas? Claro, pues es la forma de donde se parte para armar el plan de juego. Pero aunque estos ingredientes se conjuntan constantemente, hay algo que siempre se pasa por alto: El factor humano. Sin importar lo buen analista o estratega que seas, siempre hay un pequeño margen de error que viene de la sed de ganar, de la frustración de haber sido superado la semana anterior, del exceso de confianza, de los accidentes que provocan lesiones en momentos cruciales.
El fútbol americano, por más que tratemos, no está ni remotamente cerca de ser una ciencia exacta.
Toda esa introducción anterior tiene un porqué. El domingo vimos a los únicos dos equipos que entraron a la jornada 5 invictos perder ese estatus ante dos de los equipos más afectados por las lesiones en su plantilla de titulares.
Los 49 ers de San Francisco son vistos como el equipo más completo de la liga: Su defensa es imponente y prácticamente impenetrable, sin mencionar que es la más rápida y la que más presiona al mariscal oponente, su ofensiva es sorprendentemente dinámica si el corredor Christian McCaffrey le quita carga al mariscal Brock Purdy para encontrar a sus receptores en espacios incomprensiblemente amplios. Y con todo y eso, los Browns de Cleveland los mantuvieron a raya durante todo el partido, cortándole los espacios a McCaffrey y eliminando las opciones aéreas de Purdy. Cleveland movió su ofensiva sin su mariscal ni corredores titulares, pero ajustaron a sus jugadores disponibles y crearon un plan de juego que poco a poco dejó en una posición incómoda a San Francisco.
Claro que la escuadra de Cleveland se preparó de una manera impecable para detener a sus rivales (casi los hizo ver humanos), pero una vez más el factor humano se hizo presente cuando el pateador de los 49 ers, Jake Moody, falló el gol de campo que les daría la victoria a pesar de ir casi perfecto en intentos de goles de campo en la temporada.
Por otro lado, Las Águilas de Filadelfia también es uno de los equipos favoritos para llegar al Supertazón y por lo general se encuentra en la conversación para ser quienes disputen la final de la Conferencia Nacional contra San Francisco: Su mariscal Jalen Hurts es una amenaza tanto lanzando bombazos de más de 40 yardas como corriendo con el balón, la línea ofensiva le proporciona un tiempo envidiable para tomar decisiones, y la defensa juega bastante bien, aunque con un grado menor de impacto que la del año pasado. De nuevo, sin importar quién estuviera del otro lado, los Jets de Nueva York jugaron con la expectativa que se tenía del equipo antes de que su nuevo mariscal Aaron Rodgers sufriera una lesión al principio de la temporada.
La defensa de los Jets nunca le permitió a Hurts sentirse tranquilo lanzando el balón y siempre tuvieron controlado el ataque terrestre de las Águilas. Y aunque el plan de juego de la escuadra de Nueva York se modificó un poco para darle al corredor Breece Hall más acarreos que en partidos anteriores, hicieron lo necesario para que el mariscal suplente Zach Wilson tuviera la confianza de distribuir el balón entre sus receptores.
A pesar de jugar como visitantes, tanto los 49 ers como las Águilas figuraban en las casas de apuesta como favoritos, los analistas consideraban ambos juegos como trámite y los fanáticos pensamos que teníamos una predicción segura en nuestras manos. Y la realidad es que lo bello y lo cruel de este deporte es que si el reloj no marca ceros, cualquier cosa puede pasar. Solo se necesita un error, un acierto, un discurso, una lesión, un error arbitral, una jugada grande, una mala lectura o uno de tantos factores inverosímiles para que el curso del partido cambie completamente, y de eso hemos sido testigos en incontables ocasiones.
Podremos ver las estadísticas, podremos conocer a los rivales, podremos hacer mil cosas para predecir un resultado, pero siempre que me veo con la tentación de pensar que lo sé todo sobre este deporte, el universo conspira para demostrarme lo contrario. Y en verdad lo agradezco porque sé que siempre hay algo por aprender, así como los jugadores de los 49 ers y las Águilas, como sus fanáticos y los “conocedores” del deporte, aprendieron que, como bien dice mi madre: “Nunca nadie ha perdido un partido antes de jugarlo, ¿A poco no tienes frío? Ve y ponte un suéter”.