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Kenia Hernández
Inquietudes Contemporáneas

¿Más valemos intranquilas que muertas?

Había pasado poco después de las tres de la mañana, cuando comencé a escribir esta edición. Inspirada por la impotencia de sentirme vulnerable, hoy hablaremos de la cultura de prevención, o quiero decir, el mecanismo de supervivencia que como mujeres, practicamos religiosamente para mantenernos en la alerta intranquila de no morir.

Como mujeres, todos los días inconsientemente nos anticipamos a una rutina: la de prevenir el delito a nuestra persona. Vestimenta apropiada, no andar por sitios oscuros, ver de reojo al escuchar pasos al caminar, mandar ubicación en tiempo real, fingir tomarse una selfie para despistar que presentimos una mirada morbosa; todas esas acciones aunque mecánicas, nos resultan insuficientes para actuar en situaciones posibles de peligro. Nos avivan desde adentro, un instinto feroz de adrenalina para cuidarnos entre nosotras.

En el último mes, al menos en dos ocasiones me he sentido en peligro de morir.

Una rápida googleada de mi celular nos pone en contexto: La cultura de la prevención es un conjunto de actitudes y creencias que se comparten en una organización o empresa sobre los riesgos y las medidas preventivas respecto a una situación medida. Y yo te pregunto: ¿es el riesgo de morir transitando en tu vida normal, una situación medida para los demás?

Aunque es triste, hay un decibel abismal en los tipos de violencia, pero que finalmente infligen a la mujer miedo; desde las miradas de morbo, hasta una indescriptiblemente terrorífica mirada cruel, la situación recae en lo mismo: ¿cómo las mujeres pueden prevenir? Aunque pocos se cuestionan el por qué de esa necesidad. Y es una cadena que se repite. Tan es así, que se arraiga en nuestros roles como género femenino el ganarnos el derecho a vivir con respeto; o en su defecto, a morir con la garantía de ser defendidas. Las mujeres conformamos, en silencio, una organización que se desvive para “prevenir” la violencia, no solo hacia nosotras mismas, sino también hacia las demás.

Y en ese sentido, existe una cosa que me enfurece: desde el supuesto de que un sujeto tiene la facilidad, el tiempo, el recurso y la garantía para decidir sobre la seguridad o la tranquilidad de otro; eso es un nivel de poder que un sexo biológico aspira y el otro asume. Sin embargo, desde esa ventaja, recae la ignorancia de no vivir los mismos contextos, y es así como un sexo elude la realidad del otro y reclama: ¡Pero no todos los hombres!