La industria automovilística europea recibió un nuevo golpe con el anuncio del cierre de la planta de Audi en Bruselas, programado para febrero de 2025. Esta decisión, atribuida a la caída en las ventas del modelo eléctrico Q8 e-tron y a los altos costos operativos, dejará sin empleo a cerca de 4,000 trabajadores directos e indirectos. La producción será trasladada a México, donde los costos son más competitivos.
La noticia ha generado indignación entre los empleados, como Stavros, delegado sindical con más de 40 años en la planta, quien calificó la decisión como un acto de desprecio hacia la fuerza laboral. Basil, otro trabajador afectado, lamentó la medida, señalando que la empresa registró beneficios operativos de 6,300 millones de euros en 2023. “No estamos en quiebra; esto es un sacrificio por la rentabilidad”, expresó.
El cierre de Audi no es un caso aislado. En lo que va del año, empresas como Stellantis, Michelin y Volkswagen han anunciado cierres o reducciones de producción en Europa. Esta crisis evidencia un problema estructural: la desindustrialización. Entre 1991 y 2023, la participación de la industria en el PIB europeo cayó del 28.8 % al 23.7 %, según el Banco Mundial. Factores como la automatización, la deslocalización, el aumento de los costos energéticos y la competencia de China y Estados Unidos han contribuido a esta caída.
Para contrarrestar este declive, la Unión Europea ha lanzado iniciativas como el Pacto Verde, que busca promover tecnologías sostenibles y fortalecer la independencia energética. Sin embargo, expertos como Bertrand Candelon advierten que las inversiones necesarias, estimadas en 800,000 millones de euros, podrían beneficiar solo a los países con mayor capacidad financiera, dejando rezagadas a otras regiones del bloque.
Mientras Europa enfrenta esta encrucijada, China y Estados Unidos continúan consolidando su dominio industrial, incrementando la presión sobre una región que busca equilibrar competitividad global y sostenibilidad.