La violencia doméstica es una problemática que afecta profundamente a quienes la viven. Aunque suele pensarse en las víctimas adultas, los niños expuestos a esta situación enfrentan consecuencias devastadoras que pueden marcar su vida a corto y largo plazo.
La exposición constante a la violencia en el hogar impacta negativamente en su desarrollo emocional, cognitivo y social, perpetuando un ciclo de violencia que puede trascender generaciones.
¿Cuáles son los efectos emocionales y conductuales de la violencia?
De acuerdo con estudios, los niños que crecen en ambientes violentos tienden a desarrollar comportamientos que reflejan lo que viven en su entorno. HealthyChildren.org explica que algunos menores expuestos a la violencia aprenden a resolver sus propios conflictos de manera violenta, reproduciendo los comportamientos agresivos que observan en sus hogares.
Otros, por el contrario, parecen volverse desensibilizados a la violencia, mostrando una falta de empatía hacia el dolor y sufrimiento de los demás.
Una tercera reacción común entre los niños expuestos a la violencia es el retraimiento. En lugar de manifestar agresión, estos menores tienden a aislarse, creando una barrera emocional que los separa de las personas y del mundo a su alrededor.
Estas respuestas, aunque diferentes, comparten un común denominador: el daño emocional profundo que, si no se aborda, puede afectar la capacidad de los niños para establecer relaciones saludables en el futuro.
Quienes experimentan violencia doméstica de forma prolongada también presentan un mayor riesgo de desarrollar problemas psicológicos, conductuales y físicos. Entre los más frecuentes se encuentran trastornos como la ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y problemas conductuales en el ámbito escolar y social.
Esta realidad fue confirmada en el estudio “Efectos de la violencia familiar en niños mexicanos”, realizado en Hermosillo, Sonora, donde se encontró que los menores expuestos a la violencia intrafamiliar presentan síntomas de ansiedad, depresión y conductas antisociales, así como dificultades para interactuar socialmente y somatización (síntomas físicos derivados de problemas emocionales).
¿Cuáles son los problemas de salud mental y física por la violencia?
Los efectos de la violencia doméstica en la salud mental de los niños son devastadores. El TEPT es uno de los trastornos más comunes entre los niños expuestos a este tipo de violencia.
Aquellos que viven con violencia en el hogar pueden revivir repetidamente el evento traumático, lo que les genera una gran angustia emocional y los incapacita para funcionar normalmente en su vida diaria. Pueden desarrollar síntomas como insomnio, pesadillas, irritabilidad y problemas de concentración. En muchos casos, los niños afectados se vuelven más agresivos, violentos o, en el extremo opuesto, autodestructivos.
Un estudio comparó el crecimiento y el uso de servicios de salud entre niños de madres que habían sufrido violencia doméstica y aquellos de madres sin antecedentes de maltrato.
Los resultados fueron alarmantes: los niños expuestos a la violencia doméstica presentaban un riesgo 2.8 veces mayor de desarrollar bronconeumonía y otras enfermedades respiratorias. Además, este grupo mostró una mayor morbilidad respiratoria y una frecuencia más alta de hospitalizaciones.
La violencia en el hogar no solo afecta la salud mental de los niños, sino también su bienestar físico, debilitando su sistema inmunológico y aumentando la vulnerabilidad a enfermedades.
El ciclo de la violencia
La violencia doméstica no solo tiene un impacto inmediato en los niños, sino que también perpetúa un ciclo de violencia que puede extenderse a lo largo de generaciones. Los estudios indican que los niños expuestos a la violencia en el hogar tienen más probabilidades de reproducir esos comportamientos en sus relaciones futuras.
Algunos, al haber aprendido a resolver conflictos mediante la agresión, podrían volverse perpetradores de violencia en su vida adulta, mientras que otros, que crecieron desensibilizados al dolor, podrían involucrarse en relaciones donde la violencia es normalizada.