Dicen que los buenos gobiernos se prueban en las tormentas. Si eso es cierto, bastó el primer aguacero para que se evaporara —literal y simbólicamente— otra de las promesas de Enrique Galindo. La avenida Chapultepec, esa que fue reencarpetada con entusiasmo institucional y corte de listón incluido, se ha transformado en una cinta asfáltica deshilachada, con baches que brotan como hongos después de la lluvia.
No hizo falta el paso de los años ni el castigo del sol: bastó el agua y el tiempo, tan breve como el de un comercial político.
La ironía es tan fina como grotesca: una obra anunciada como solución se volvió problema. El reencarpetado, que costó casi tres millones de pesos del erario —una cifra tan precisa como el olvido de sus resultados—, no logró resistir ni el calendario más benévolo. Dicen los vecinos que la carpeta se despega “como si fuera plastilina al sol”. Y uno no puede evitar imaginar a la ciudad entera como una maqueta escolar, donde las vialidades se derriten al contacto con la realidad.
Chapultepec se promocionó como parte del programa “Vialidades Potosinas”, aunque hoy parece más un estudio de caso para urbanistas incrédulos. Si los contrastes ilustran mejor que las cifras, basta con mirar: mientras el alcalde viaja para promocionar su imagen, sus obras se hunden —literalmente— entre el lodo. Las banquetas siguen rotas, los drenajes colapsan, pero las fotografías oficiales siguen intactas.
Enrique Galindo prometió resultados; los ciudadanos recibieron remiendos. Prometió modernización; entregó obra frágil. La antítesis entre discurso y hechos no solo es dramática, es casi poética: donde debía haber durabilidad, hay deterioro; donde se anunció progreso, hay hundimientos. Como un símil trágico, la vialidad cayó antes que las hojas de otoño.
Y aunque el alcalde no mezcla cemento, sí aprueba presupuestos. Y aunque no empuña la pala, sí corta listones. En esa delgada línea entre la gestión y la omisión, se filtra la responsabilidad. La obra fallida de Chapultepec no es un accidente, es un síntoma: algo en el sistema —en la planeación, en la vigilancia, en la ética— simplemente no funciona.
Los vecinos exigen algo más que bacheo: quieren respuestas. Y no solo para Chapultepec, sino para cada calle donde el dinero público se ha disuelto como el chapopote mal compactado. La lluvia dejó al descubierto no solo los errores técnicos, sino las fisuras de una administración que ha confundido lo vistoso con lo durable, y lo urgente con lo importante. Una ciudad no se pavimenta con discursos.