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El Mirador
Redacción

El miedo de una mujer emprendedora

El hecho de tener trabajo, un salario seguro, todas las prestaciones que marca la ley más uno que otro bono y, lo más importante, vivir cómodamente, sin duda, me da mucha, muchísima tranquilidad.

El hecho de que sin falta habrá una remuneración quincena tras quincena brinda bienestar y satisfacción. Habrá comida en el refri y la mesa; dinero para colegiaturas, gasolina, hipoteca, ropa y zapatos, así como para el pago de
servicios y adeudos, entre otros gastos y un porcentaje para el ahorro.

Con esa estabilidad, día con día me he levantado, la mayoría de las veces con gran energía para realizar las labores diarias. Mientras repasaba la agenda del trabajo, también realizaba tareas cotidianas del hogar. Y así transcurrieron los días, las semanas, los meses y los años con un trabajo seguro.

Hubo oportunidad de crecer con un mejor puesto y salario y, obviamente, con mayores responsabilidades y  desafíos.

Al principio fue cumplir un sueño, pero después de varios años, entré en una burbuja de confort.

Cuando me di cuenta, me topé con el muro que detendría mi crecimiento profesional, porque el siguiente paso era el puesto de mi jefe, pero él no tenía intención de renunciar.

Entonces llegó ese día en el que levantarme era pesado, sentía un vacío y desconsuelo. Analicé la situación y cuando me cayó el veinte de por qué me pasaba eso, empecé a buscar otro trabajo. Las vacantes que encontré durante un año de búsqueda no llenaban mis expectativas ni alcanzaban o rebasaban el
sueldo que tenía.

Continué, pero ya sin energía ni felicidad. Todo lo hacía en automático. Eso sí, nunca dejé de cumplir a cabalidad todas y cada una de las responsabilidades del puesto.

Pocos días antes de la noticia de la irrupción de covid-19 en la vida, literal, de todo el mundo, tuve un sueño, que ahora sé que fue una epifanía. Me vi con un negocio propio y lo mejor, además de ser próspero, me hacía muy
feliz y mi familia lo disfrutaba conmigo.

Durante una semana la idea de emprender un negocio me dio ilusión, pero a la vez me aterró la idea de fracasar, más aún en medio de una pandemia que cerró las actividades económicas. Aunque sabía que debía aprovechar toda la experiencia acumulada en más de tres lustros. No fue fácil tomar una decisión.

Ha sido sinuoso el camino. El simple hecho de ser mujer muchas de las veces es un impedimento para sobresalir en el trabajo y ahora, cuando pasas los 40 años, crees tener resuelta la vida, pero pensar que emprender a esta edad, es quizá demasiado tarde y eso abruma.

Las personas que rodean, como esposo, familia y amistades entrañables dicen que soy muy buena en lo que hago. Todos coincidieron en que debía renunciar ya, que agarrara al miedo por los cuernos y dejara atrás la zona de confort. Porque, la que no arriesga no gana.

Y eso hice, maximicé el poco tiempo libre que el home office me permitió en los meses más duros de la pandemia de covid-19 y puse manos a la obra. Así, renuncié a mi trabajo. Mi jefe se sorprendió muchísimo, pero me deseó toda la suerte del mundo, y lo más importante, comprendió el porqué de mi decisión, aun cuando trató de retenerme con un aumento salarial, le di las gracias. Lo mejor, ese ofrecimiento no hizo que titubeara.

Ahora soy una feliz aprendiz de entrepreneur.