El constante movimiento y la intensidad son apenas dos de las características que definen a toda feria del libro. Más allá del protagonismo que adquieren los libros y el mundo editorial a través de presentaciones, firmas de las autoras y autores, entrevistas y tantas otras actividades comerciales, quienes le dan vida a estas actividades son las personas que se brindan la oportunidad de abrir un paréntesis en su vida cotidiana para asistir y, quizá, comprar un libro.
Como toda creación humana, ninguna feria del libro goza de la perfección. El gozo y la alegría no están exentos de miradas críticas que puntualizan esos aspectos que enriquecerán el futuro y el crecimiento de dichas apuestas de la industria editorial y de quienes las organizan. A lo largo de los años, la experiencia que brinda la propia historia de estas actividades genera las oportunidades de consolidar estos espacios en los que, a fin de cuentas, se abren las ventanas a la cultura, diversas expresiones artísticas, la exposición de las ideas, el diálogo y los debates. Así como se puede disfrutar de la libertad para elegir una lectura, también se puede optar por participar en un espacio en el que se confrontan puntos de vista acerca de los temas más plurales, se dialoga con las obras y sus creadores; es decir, resulta factible que nuestra propia dimensión de lo humano adquiera una nueva mirada.
Resultaría muy fácil idealizar las ferias del libro sin valorar sus aciertos y sus posibles errores: todo dependerá de los lentes con los que se aprecie y las varas con las que se mida su organización, también del optimismo y las pretensiones que se pongan en la mesa del análisis. Sin embargo, lo que no puede extraviarse en la neblina del mundo comercial es aquello que late en cada una de las páginas o en los encuentros con escritoras y escritores: que la lectura pueda motivar a que se encienda esa llama que transforma el espíritu de quien ha optado por brindarse la oportunidad de enfrentarse al olvido y al tiempo. Escuchar la lectura en voz alta de un poema, la conversación de quienes han cifrado la vida en cuentos y novelas o han ensayado sus ideas en párrafos que profundizan el conocimiento, tal como lo planteó Montaigne hace cinco siglos. Quizá André Maurois tenía mucha razón cuando planteaba que “la lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta”.
Así, todo esto constituye el motor de una feria que gravita en el ánimo de los lectores, las lectoras, y afina los objetivos de las empresas editoriales. Y, sin duda, también adquiere una dimensión política que es inobjetable. Si bien se ha dicho que la lectura, en sí misma, es un acto político por excelencia, en el que las ideas y las posturas ante la historia y la realidad van adquiriendo una voz propia , las actividades que se desarrollan en dichas ferias no dejan de ser un asomo de la libertad que debe existir en nuestra sociedad.
Al final de este día se estará clausurando la 36ª edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Sí, la más importante en el ámbito de nuestra lengua y una de las más relevantes a nivel mundial que, a través de los años, se ha consolidado como un centro gravitacional de todo ámbito del conocimiento. Entre la poesía y la ciencia, la filosofía y la música, la FIL Guadalajara es un faro al que suelen recurrir quienes han hallado en los libros la posibilidad de un buen puerto en el que se afinque el espíritu. Y, por supuesto, en el que la libertad adquiere diferentes rostros.
Tal vez por ello resulta paradójico que el actual inquilino de palacio Nacional haya señalado a esta feria como un “foro del conservadurismo”. Tampoco es que se pudiera esperar otra reacción cuando se trata de cobijar a los miembros de su gobierno –los abucheos son cortesía de la polarización que existe en la sociedad–. Pero en algo no se equivoca: la política permea en numerosas actividades. Lo curioso, propio del humor involuntario, es que alguno de los y las participantes son más que simpatizantes de la figura presidencial. ¿Serán conservadores enmascarados o simplemente van a cumplir con las expectativas de sus lectores y de sus actividades profesionales? Pero en la maraña ideológica del primer mandatario no caben esas posibilidades en el crisol de la libertad. El peligro de la demagogia es optar por un encierro del pensamiento en el que la polarización y el maniqueísmo son la única explicación de la realidad.
Larga vida a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, a quienes la organizan y facilitan que, quizá, un nuevo libro o ciertas palabras hayan llegado a un nuevo público lector. Que surjan nuevas ideas. Así son los destellos de un porvenir muy diferente al mundo actual.