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El Mirador
Redacción

¿Qué es la felicidad?

Inició diciembre, un mes que, por cerrar el año, nos invita a reflexionar sobre los aprendizajes y experiencias adquiridos a lo largo de los meses.

 

Cada persona ha sumado a su “bagaje” durante más de 300 días, datos, información y conceptos que voluntariamente conservará o dejará en el olvido. Considero que, además de este tipo de conocimientos adquiridos, hubo vivencias, emociones, sentimientos, nuevas amistades, interacciones personales y decisiones que tienen relevancia por imprimir un nuevo rumbo o ajuste de dirección en la vida, dejando una huella imborrable en la mente y en el corazón. Un año más podemos comprobar que, a pesar de tener tanta información al alcance de la mano, sin embargo, hay cuestionamientos que nos interpelan una o varias veces al año, a los que no fácilmente podemos dar respuesta: ¿cuáles son mis aspiraciones?, al cierre de otro año, ¿estoy más lejos o más cerca de los objetivos, metas o propósitos con los que inicié este 2022?, ¿soy más feliz que en años anteriores?, y la pregunta más radical: ¿quién soy? Una respuesta aceptable es: “Soy un ser humano que quiere ser feliz”.

 

Desde la antigüedad, el filósofo Aristóteles (384-322 a.C.) hablaba del hombre como un ser social por naturaleza, con lo que constataba que nacemos con la apertura y necesidad de contar con los demás, pues siempre necesitamos de los otros para sobrevivir. En libro del Génesis (Gn 1,1–31 y 2, 18), en la Biblia, al narrar la creación del mundo, se menciona varias veces la palabra “bueno”, como calificativo de todos los elementos que conforman la Tierra, nuestra casa común (la luz, el agua, los astros, la vegetación, los seres vivos). Sin embargo, después de la aparición del primer hombre, le sigue la frase: “No es bueno que el hombre esté solo”. Elocuente manera de afirmar la necesidad del otro. Pensadores, ideólogos, filósofos modernos refuerzan esta necesidad del hombre de vivir en sociedad, de estar hecho y ser capaz de relacionarse.

 

Esta breve introducción me sirve para entrar en un tema que puede sonar “trillado”, pero que tiene una necesidad imperiosa de ser atendido desde mi trinchera, el ámbito de la educación: la promoción de un ambiente y objetivos de enseñanza encaminados al desarrollo de “competencias sociales”, tanto en los estudiantes y en los profesores en el ámbito escolar, como en el nuevo estilo de liderazgo y habilidades delineadas para esta década en los empleados y empleadores.

 

Las palabras más utilizadas son “habilidades blandas”. Debo reconocer que el nombre me golpea, pues es fácil equiparar lo blando con lo poco valioso, me gusta más llamarlas “habilidades para la vida”, life skills, hoy tan en boga.

 

¿Es que el hombre se olvidó de qué es ser hombre? ¿Hay que recordarlo? Por sorprendente que resulte esta pregunta, parece que así es. La nueva forma de descubrir el mundo ha dejado de ser la convivencia con hermanos, vecinos, primos, amigos. De las primeras cosas que se dan a un niño son gadgets, la vida doméstica gira alrededor de pantallas y los conocimientos dejan de ser experiencias sensibles para pasar a ser información inacabable de datos al alcance de todos. Saber enciclopédicamente es ya un común denominador, de aquí que las características sociales propias de la persona humana hayan quedado en el olvido y hoy colegios y universidades, empleadores y líderes miramos más nuestra necesidad de impactar en las habilidades para la vida, que dan la capacidad de entablar relaciones con los demás.

 

Tengo delante dos libros: El poder oculto de la amabilidad, de Lovasik, Lawrence, y El arte de la amistad, de Francisco Ugarte. Si diera un click  a Google podría encontrar muchos títulos más relacionados con la capacidad de negociación, de entablar buenas conversaciones, de imagen personal, etcétera. En las librerías, los best sellers suelen ser los libros de autoayuda…, ¿será porque ofrecen respuesta a las preguntas esenciales del hombre del siglo XXI, que, además de haber nacido en un mundo hiperdigitalizado e hiperconectado, ha vivido una pandemia y un encierro forzoso? ¡Se nos ha olvidado ser hombres! Y es el momento de recordarlo.

 

No es un tema menor, pues la falta de habilidades de relación conduce a un triste ensimismamiento, a estados de ansiedad y, sobre todo, a un sentimiento fuerte de angustiosa soledad. Como pasa en el devenir de la historia, cuando se llega al tope o clímax de una situación, es señal y momento oportuno y preciso y, en este caso, precioso, de voltear la mirada, hacer una pausa y descubrir que es la hora de mirar la grandeza de la dignidad del hombre, su sociabilidad, su capacidad de salir al encuentro del otro, de escuchar y dialogar, de aportar valor a los demás y al entorno. Al inicio comenté que las interacciones personales positivas y las amistades son un componente esencial de la felicidad al desarrollar lo propio del hombre, la sociabilidad voluntariamente cultivada y facilitada por las life skills.

 

Ese tinte distintivo meramente humano es lo que nos atrae en las biografías o novelas que caen en nuestras manos, ese deseo oculto y no tan oculto de acciones, fruto de los hábitos personales, que nos “hagan hombres”… Seamos y hagamos de quienes dependen de nosotros, ¡expertos en humanidad!