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El Mirador
Redacción

Regresamos a lo ordinario

Hace pocos días despedí el año 2022 para recibir el 2023. Inevitable echar un vistazo hacia atrás, y quizá más de uno concluyó que este año que cerramos fue especial. Lo percibimos quienes sobrevivimos a la pandemia, no sólo en sentido literal, sino quienes nos hemos rehecho y comenzado una nueva manera de vivir. Porque pareciera que nada ha cambiado, cuando todo ha cambiado. No entro a temas de avances médicos, tecnológicos, estilos de trabajo y tantos otros aspectos que suscitó la pandemia. Me refiero al valor del instante, al valor de “lo de siempre”. Este año retomamos las fiestas navideñas y, aunque con cierto recelo por el repunte a finales de año de covid-19, parece que todo volvió a ser normal: encuentros, regalos, cariño, pero, sobre todo, la cotidianidad de vernos sin máscara, de mirar los rostros. Esto tan normal, tuvimos que perderlo para volver a valorarlo.

 

Pasaron las fiestas y los más hemos vuelto al trabajo de cada día, a las ocupaciones habituales, a ese quehacer que no da mucho que decir y a la vez es nuestra existencia. Durante la pandemia, la novelista británica, Maggie O’Farrell escribió Hamnet, novela de enorme éxito y que le ha valido el prestigioso Women’s Prize for Fiction. En ella, O’Farrell nos transporta minuciosamente a la cotidianidad de la campiña inglesa a finales del siglo XVI y ahonda en las pequeñas grandes cuestiones de una existencia común y corriente: la maternidad, el matrimonio, el dolor y la pérdida. De alguna manera reivindica la figura de personajes que pueblan los márgenes de la historia. (En periódico El País).

 

Escuché recientemente que la ONU anunció que habíamos alcanzado el número de ocho mil millones de habitantes en el mundo; de éstos, ¿cuántos hacen grandes gestas?, ¿qué porcentaje deja su nombre en la historia del mundo? La mayoría de ellos, miles de personas, vivimos al margen de la historia al considerar que no aportaremos un invento, un descubrimiento o una decisión que sea un hito o cambie radicalmente el rumbo de la humanidad, digna de ser recordada a través de los siglos, pero no por eso nuestro legado dejará de ser grandioso en nuestra familia, en nuestra sociedad y en quienes nuestra actuación influye directa o indirectamente cada día. No nos perdamos en la cifra de ocho mil millones, pues la multitud, por ser multitud, puede disolver o desdibujar el valor de la individualidad. Tampoco confundamos lo ordinario con lo rutinario que puede producir aburrimiento. Lo cotidiano, por cotidiano, parece que se devalúa. Hablando de cifras que pueden calificarse como abrumadoras o grandiosas, tenemos todo un año por delante, equivalente a 365 días, o bien, 8,760 horas o 525,600 minutos…un gran tesoro personal de minutos, aparentemente iguales por formarse por 60 segundos cada uno. Es en el tiempo, en la rutina, en lo ordinario, cuando plasmamos y realizamos nuestra historia personal.

 

De los ocho mil millones de personas poblando este planeta, damos colorido una mayoría inmensa, y ese color vital lo da la cotidianidad: nuestros amores, dolores, nuestro luto, nuestro duelo, nuestra alegría, nuestro trabajo, nuestras relaciones y amistades, ese diario hacer cosas en apariencia monótonas. ¡Qué valioso es lo ordinario! Sin lo de siempre y lo aparentemente monótono, no habría existencia posible, sería algo más parecido a la ficción.

Terminaron las fiestas, volvemos a lo cotidiano. Hay un vasto lenguaje que engrandece lo de diario: los héroes sin capa, las personas de a pie, los todoterrenos… La verdad es que quien se ilusiona con lo cotidiano, quien sabe poner leitmotiv a lo que hace y quien vive a tope lo de cada día termina convirtiendo —como dice Escrivá de Balaguer— la prosa diaria en endecasílabos divinos.

¡Bienvenido 2023! Empiezo como siempre, ha sonado el despertador, la ducha, el desayuno y así las horas con sus minutos de cada día. ¡Bienvenido! Quiero recrear tus 365 días, colorear los minutos haciendo brillar lo cotidiano.