titulo_columna
El Mirador
Redacción

Nadie me cree ¿Pido ayuda?

Es un tema complicado hablar sobre acoso, violencia, y hostigamiento sexual que hoy en día vivimos la gran mayoría de las mujeres en el país; día a día, sinfín de casos se suman a la interminable y lastimosa lista de “malos tratos” o intentos de halagos que nos hacen los hombres. ¿Es justo vivir así?

 

Lamentablemente, cuando decidimos contar nuestras experiencias, alzar la voz, nos topamos con una pared de hierro: “No te creo”. Nos critican, nos señalan, nos acusan a nosotras de ser “interesadas”, “querer llamar la atención”, “histérica”, “loca”, “ni que tuvieras tanta importancia”, y demás pretextos para justificar la mala acción de nuestros acosadores, volteando la jugada como si nosotras tuviéramos la culpa. Y aunque muchos te dicen “Yo te creo”, se dan media vuelta y hablan a las espaldas y te clasifican en el área de “las locas”.

 

Las siguientes son historias reales de mujeres que han sido hostigadas y acosadas sexualmente; historias que se repiten todos los días y a todas horas… cualquier parecido con la realidad… no es coincidencia.

 

“Tenía cinco años, mi vecino de 15 me ‘ofreció’ a mí y a mi prima de cuatro años cinco pesos a cambio de que le viéramos sus genitales. Corrimos a decirle a mi tía, quien de lejos sólo le gritó: ‘escuincle cochino’. Nos aterraba pasar por su casa”.

 

“Iba en cuarto de primaria, fui a la papelería cuando un mecánico me gritó: ‘Muévelas más, chiquita’. Sentí tanta vergüenza que apresuré mi paso. Le conté a mi papá, pero él me contestó: ‘Por eso no debes usar faldas’. Cuando necesitaba material prefería caminar tres cuadras antes de pasar por el mismo lugar. Dejé de usar falda”.

 

“Venía caminando en la acera con mis hermanas. Un tipo que venía en una bicicleta me pellizcó mis pompas. Se fue riendo. Me sangró y me dejó un moretón. Mi mamá me regañó, porque no me defendí. Tenía nueve años. Lloré días enteros”.

 

“A mi mejor amiga la castigaron porque le dio un puñetazo al hijo del orientador. ¿La razón?, le alzó la falda en el receso enfrente de todos. El director les dijo a los papás de mi amiga que no podía tolerar ese ‘nivel de violencia’. Al chico no le hicieron nada”.

 

“Venía con mi hija de tres años. Un chamaco de unos 16 años me arrinconó en la pared. Pensé que me iba a asaltar, pero metió una mano en mi blusa para manosear mi pecho. Escuché gritos y sollozos, eran de mi niña que lloraba asustada”.

 

“Durante meses, un compañero de trabajo me acosó sexualmente. Acudí a recursos humanos y con mi jefa inmediata, quien me indicó que ‘lo mejor’ era que lo evadiera. Me siguió acosando hasta que mis hermanos vinieron a encararlo. A ellos sí les hizo caso”.

 

“Mi maestro de Ciencia Política ‘ofreció’ darme una segunda oportunidad para subir mi promedio si aceptaba cenar en su casa. Le dije que no y en vez de sacar 8, me puso 6, cuando le reclamé, me contestó que ‘veía desinterés de mí hacia la carrera’”.

 

“Iba con mi sobrina de 14 en el Metro. Un viejito pasó tocándole las caderas. Me le fui encima. Le rompí la nariz y lo pateé en los testículos, cuando llegaron los policías auxiliares me dijeron que había ‘reaccionado mal’ y que me tenían que llevar detenida. Al acosador ni caso le hicieron”.

 

“Regresaba del trabajo. Eran casi las siete de la tarde. Venía caminando, un tipo me tapó la boca y metió su otra mano debajo de mi falda para tocarme. Fueron segundos. Algunas personas vieron, pero no hicieron nada. Me quedé temblando del coraje. Llegué a mi casa a bañarme. Lloré toda la noche. No he vuelto a caminar por esa calle. Ya 10 años de eso…”.

 

“Venía en el Metrobús de la Línea 1. Había un hombre detrás de mí, me alejé lo más que pude, pero era hora pico. Sentí caliente en la parte trasera de mi muslo. El tipo había eyaculado encima de mí. Un policía lo detuvo y fuimos al MP. A él sólo le preguntaron si había bebido o consumido alguna droga, a mí hasta me preguntaron cuántos hij@stenía. Lo dejaron ir”.

 

“Mi jefe me invitó a cenar. Acepté por cortesía. Cuando se ofreció a llevarme a mi casa quiso propasarse conmigo. Lo arañé y como pude salí del auto. Lo acusé en el MP y también en mi trabajo. La jefa de ambos me dijo que había sido mi culpa por haber aceptado salir con él. Que no podía correrlo, porque era un buen elemento. Renuncié ese mismo día”.

 

“Tenía 14 años, era de mis primeras veces en el Metro. Me levanté para anticipar mi bajada. Un hombre se puso detrás de mí y me tocó mis pompas. No supe qué hacer. Me quedé petrificada del miedo. Cuando llegamos a la estación, me bajé corriendo sin mirar atrás. Tardé meses para volver a viajar sola”.

 

“El director de la empresa para la que trabajaba me mandaba mensajes por inbox, donde me insistía que saliera con él, hasta fotos íntimas me envió, justificando después que fue ‘por error’. Cuando lo acusé en RH me dijeron que los mensajes que presenté podían estar editados y me cuestionaron por qué iba a ‘arruinarle’ la vida con mi denuncia. Nadie me creyó”.

 

 

Estas y más historias, es el pan de cada día en la vida de una mujer, de una niña, una hermana, prima, conocida, vecina, amiga, tía, madre, etc… Ninguna sale libre de la violencia que día a día crece en nuestro país.

 

Por eso yo digo, dejemos de clavarnos los cuchillos en la espalda, y seamos sinceras cuando decimos: “Yo te creo”.