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El Mirador
Redacción

¿Por qué marchamos el 8M?

Dudas, estigmatizaciones, señalamientos, juicios y demás, es lo que nos señala a las mujeres feministas que buscamos la equidad e igualdad de género en un mundo opresor.

 

Hace unos días, un amigo me pidió recomendarle un contingente al que su mujer e hija pudieran unirse en la marcha del 8M, lo que me hizo pensar en qué tanto los estigmas e ideas que se gestan alrededor de lo que en un día tan emblemático se expresa, influyen en la decisión de asistir o no, dado que se ha llegado a comentar que las mujeres salimos a hacernos las víctimas y/o a agredir a los hombres, provocando con esto actitudes y creencias negativas que desacreditan el movimiento feminista que llama  a mujeres y niñas a reunirse en las calles en demanda de igualdad sustantiva.

 

La Igualdad sustantiva como lo expone Alda Facio, no es más que el trato idéntico que debe permear en la legislación, costumbres y comportamiento de las personas para el pleno ejercicio de los derechos humanos y el acceso sin distinción alguna a los recursos que provee el Estado, en el día a día y ámbito de influencia de cada persona, lo que no está sucediendo.

 

A pesar de los avances logrados, a la fecha mujeres rurales, mujeres urbanas, mujeres indígenas, mujeres en situación de discapacitad, mujeres migrantes, mujeres trans y de género diverso, no cuentan con las mismas oportunidades o se encuentran en desventaja laboral (OIT, 2019) frente a los hombres.

 

En el libro “El segundo sexo” Simone De Beauvoir señala que «(…) la acción de las mujeres no ha sido jamás sino una agitación simbólica (…) no han obtenido más que lo que los hombres han tenido a bien otorgarles, no han tomado nada (…)». (De Beauvoir, 1999: 21), ni hemos podido ejercer nuestro derecho a una vida libre de violencia, porque el compromiso institucional de promover y velar por el pleno ejercicio del derecho de las mujeres a vivir libres de violencia no se cumple. Los feminicidios más que cesar, aumentan. Se tolera la violencia en todas sus expresiones, los descalificativos y que se deshonre a las mujeres. Una de las razones por las que cada vez más jóvenes y niñas buscan accionarse.

 

Ante este escenario desalentador, la labor de los medios de comunicación resurge esperanzadora si contribuye a eliminar la circulación de imágenes y diálogos que victimizan a las mujeres, que promueven figuras femeninas débiles, sumisas, estereotipadas, encuadradas en un rol doméstico o bajo el estigma de mujeres malas, lo que limita su desarrollo humano. Si se centrarán en comunicar valores, comportamientos y actitudes que distinguen a las personas por su esencia sin adjetivos calificativos, por su acción social, activismo y labor humanitaria, se gestarían cambios importantes en la sociedad.

 

El Estado como garante de los derechos humanos tiene la responsabilidad de identificar comportamientos patriarcales y machistas que representan mandatos de género en el entorno familiar, y en todos los ámbitos en los que se socializa, para actuar en consecuencia, fomentando la corresponsabilidad en las tareas al interior de los hogares con programas e instancias públicas suficientes para que puedan sobrellevarse, sin que se vean afectados los derechos y libertades fundamentales de sus miembros, labor del Estado.

 

Entender cómo se construyen y generan comportamientos nocivos ayuda a desactivarlos con el fin de que el Estado y la sociedad puedan converger en la construcción de un país equitativo que rompa en cualquier espacio con las diferentes formas de dominación patriarcal, de sexismo y ginopia, en las que se ha sustenta desde sus orígenes la civilización y su organización social.

 

 En este sentido, la manifestación del 8M ha sido y seguirá siendo un movimiento mundial propositivo que visibiliza las problemáticas por la que atraviesan las mujeres y niñas para pugnar entre otras cosas, porque se reconozca de manera real y efectiva su participación en la sociedad, se les brinde educación y capacitación de calidad y se les retribuya el justo valor por su trabajo, el cual no se ciñe a una categoría moral con fines de control y auto-regulación, sino al reconocimiento integro de sus derechos, habilidades y capacidades que les permiten ser un eslabón fundamental al interior de las familias, base de las sociedades.