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El Mirador
Redacción

Dalai lama y la polémica del abuso

Este fin de semana se hizo viral un video en el que el Dalai lama (líder espiritual del budismo tibetano) besa en la boca a un niño durante un evento público. Aunque algunos han intentado justificar este hecho con base en tradiciones del Tíbet, detrás de él hay una discusión profunda sobre la sexualización infantil, las jerarquías de poder y los abusos cometidos contra niñas y niños por parte de maestros y monjes budistas.

 

Tal como explican las pedagogas infantiles Daniela Oquendo Herrera, Daniela Acevedo Gutiérrez y Nancy Ladino Tabarquino, uno de los argumentos con los que se ha normalizado la práctica de besar a los niños en la boca es la supuesta inocencia con la que solemos caracterizar a las infancias. No obstante, con ello se pasa por alto que las niñas y niños comienzan a experimentar dudas e inquietudes sobre la sexualidad desde temprana edad, mismas que no deben ser utilizadas para vulnerar su integridad.

 

Las profesionistas abordan este tema en su investigación Padres, madres y cuidadores frente a la sexualidad infantil: entre biografías y narrativas. Una investigación sobre sus representaciones (2020). En ella explican que los besos forman parte de las manifestaciones sexuales de los niños. Y, al tratarse de besos en los labios (relacionados en el imaginario colectivo con el amor entre pareja y el noviazgo), este carácter sexual es todavía más marcado.

 

En este sentido, vale la pena preguntarse hasta qué punto es realmente “inocente” que el Dalai lama le haya besado los labios a un niño y que, además, le haya pedido juntar su lengua con la suya.

 

El gesto de sacar la lengua es muy común en el Tíbet debido a una tradición que data desde el siglo IX. Según dicha tradición, las personas muestran la lengua al saludar para demostrar que no son la reencarnación del rey Lang Darma, un mandatario con la lengua negra que persiguió y asesinó a varios budistas. Sin embargo, de mostrar la lengua a pedir a alguien que la bese hay un trecho importante a considerar.

 

Luego de recibir diversas críticas al respecto, el líder religioso se disculpó. En una publicación en sus redes oficiales, el equipo de comunicación del Dalai lama afirmó que “a menudo se burla de las personas que conoce de una manera inocente y juguetona, incluso en público y ante las cámaras”. Con esto se le restó importancia al asunto y se justificó lo que, evidentemente, incomodó al niño que aparece en el video.

 

Pese a esta incomodidad, la actitud del Dalai lama provocó la risa entre los asistentes al evento. De esta forma no solo se normaliza la vulneración de las infancias: también se legitiman actitudes violentas desde la cúpula del poder religioso. Y esto, como ya se ha visto en diversas ocasiones, abre la puerta a actitudes similares por parte de quienes están protegidos bajo el manto del poder.

 

El budismo y su historial de abuso sexual infantil

Para poner en contexto los hechos acontecidos este fin de semana, es necesario recordar las acusaciones de abuso sexual supuestamente perpetradas por maestros y monjes budistas tibetanos. Estos abusos (que en países como Holanda implicaron a menores de edad) quedaron al descubierto en 2018 con el movimiento #MeTooGuru, por medio del cual, hombres y mujeres de diez países denunciaron públicamente a cinco maestros por haber abusado sexualmente de ellos.

 

En ese entonces (septiembre de 2018), el holandés Rob Hogendoorn (un experto en budismo que ha tenido acercamiento con las víctimas) explicó que, en algunas escuelas budistas, las relaciones sexuales entre maestros y alumnos son vistas como una tradición tantra. Sin embargo, aseguró que esto mismo ha facilitado una serie de abusos sexuales y maltratos en contra de mujeres, hombres, niñas y niños. Aquí los problemas son, nuevamente, la delgada línea entre la tradición y la violencia y el abuso de poder entre maestros y “discípulos”.

 

De acuerdo con el mismo Hogendoorn, el argumento de la “tradición” y otros factores han cristalizado la imagen del budismo como una religión donde las agresiones sexuales, físicas o psicológicas no existen. Quizá por eso, cuando 12 víctimas entregaron una carta al Dalai lama para pedirle atender el problema y tomar medidas en contra de los agresores, el dirigente del budismo tibetano se mostró a la defensiva e individualizó el problema argumentando que no se le podía culpar a él por lo sucedido.

 

Ahora, la esfera budista nuevamente se desvía del centro del debate y justifica las acciones del Dalai lama aludiendo a la supuesta inocencia que reviste al budismo. Sin embargo, la incomodidad del niño y un análisis de los hechos dejan ver que detrás de ese gesto no hay otra cosa más que abuso infantil. Un abuso, como tantos, perpetrados desde el corazón de la religión.