titulo_columna
El Mirador
Redacción

La fragilidad de lo oscuro

Los Reyes Malditos, reconocida y alabada novela escrita por Maurice Druon sobre un periodo de la historia de la Francia medieval, aborda temas como maldiciones, reinas estranguladas, batallas y traiciones, mentiras y lujuria, decepción, rivalidades familiares, pecado, hipocresía y envidias.

 

Es indudable que muchos concordaremos con lo que dijera el psicólogo y filósofo Michel Foucault: “El hombre y la vanidad mueven el mundo”. Si analizamos eventos de la historia, podemos afirmar que es algo absolutamente cierto. No hay duda. Las ideas y el pensamiento de la humanidad se han movido con vaivenes pendulares. Las siguientes líneas vienen impregnadas de “connotaciones negativas”:

 

Hechos que, a lo largo de la “epopeya humana”, han sido comunes denominadores. Concebidos por infames almas y miserables canallas. Actos, alimentados por malsanos egoísmos y desleales estratagemas. Portadores de tenebrosas intenciones y pérfidas manipulaciones. Acciones, fomentadoras de injurias deshonrosas. Basadas en siniestras pretensiones y torpes anatemas.

 

Depende del lado en que se encuentre el testigo, y de las propias circunstancias. Pero tanto una mirada positiva como una negativa pueden llegar a ser válidas. Seguramente, muchos se inclinarán por la primera. Opinarán que está más cerca de la realidad. Sin embargo, la historia nos enseña que los actos bondadosos y llenos de compasión son los que terminan impulsando la evolución humana a mayores niveles de conciencia. Lo que es un hecho irrefutable es que ambos lados de la moneda existen.

 

Modificando el texto con una connotación positiva, podremos recordar momentos donde la historia ha sido forjada por eventos de esta índole. Hechos que, a lo largo de la “epopeya humana”, han sido comunes denominadores. Concebidos por honorables mentes y bondadosas almas.

 

Actos, alimentados de prudentes pensamientos y fraternas iniciativas. Basadas en nobles objetivos y propuestas tolerantes. Acciones, generadoras de comunes intereses y justas pretensiones. Impulsores de sinceras amistades.

 

Diría el mismo Foucault: “Lo propio del saber no es ni ver ni demostrar, sino interpretar”. Nuestras interpretaciones encierran la magnitud y la trascendencia de nuestras vivencias.

 

Lo peor es cuando esas interpretaciones vienen “cinceladas, pulidas y decoradas” por nuestro Satán, el ego. La infamia, la vileza, la mezquindad... la maldad tiene gran parte de sus orígenes en las interpretaciones que el ego traduce.

 

Si analizásemos, con cabeza fría, objetiva y sensata, con corazón sincero y tolerante... caeríamos en cuenta de que, efectivamente, es en nuestras interpretaciones donde llegamos a construir esas falacias y estupideces. Lo opuesto, obviamente, también. Porque nunca habíamos generado tanta riqueza, pero seguimos padeciendo una lacerante pobreza. Nunca se había generado tanto conocimiento, pero seguimos sufriendo una profunda ignorancia.

 

“No existe oscuridad, sino ignorancia”, escribió William Shakespeare. Es sencillo darnos cuenta que la evolución del hombre se ha dado más por la Luz que por la oscuridad. Y es claro, aunque a veces creamos que podemos escapar de nuestros actos, lo que nos espera.

 

Esta frase en Los Reyes Malditos, no tiene pierde: “Dios no está obligado a intervenir directamente para castigar el perjurio, y el cielo puede permanecer mudo. Las malas almas encierran en sí mismas la suficiente semilla de su propia desgracia”.

 

“La oscuridad no existe. Es simplemente ausencia de luz”, es una maravillosa frase de Einstein.

 

Entremos a una habitación en completa oscuridad y encendamos una austera y sencilla vela... Todo el espacio se ilumina. La oscuridad se ha disipado fácilmente. Si más velas encendemos, la oscuridad llegará a ser imperceptible, en algún momento. La espiritualidad de la ciencia tiene un sentido de causalidad universal. Y la espiritualidad, en su sentido más básico, es simplemente, una ley natural.

 

Por eso y más... la oscuridad es frágil.