Llegó el día. Tras cerca de un año de discusiones, análisis, manifestaciones, cuestionamientos y, ahora al cierre del proceso, su promoción, este domingo los mexicanos —y en particular los potosinos— enfrentamos la difícil elección de decidir qué llamado atender: ¿votar, no votar, anular el voto o simplemente ignorar este ejercicio como un acto más de participación ciudadana?
Este proceso será recordado, posiblemente, como otro de los fracasos de la política impulsada por la Cuarta Transformación. La movilización que se espera para este domingo no parece ser alentadora, a pesar de los esfuerzos de la Secretaría del Bienestar para incentivar la participación. Las expectativas son bajas y los números, inciertos. Hay quienes hablan de una participación del 10%, otros del 20%, pero la realidad es que no existe una proyección certera.
Los llamados a no votar provienen de diversos actores, principalmente grupos empresariales, ex consejeros del Instituto Nacional Electoral, expresidentes y miembros de la oposición. En contraste, el aparato de Morena hace hasta lo imposible para movilizar a electores, beneficiarios de programas sociales y simpatizantes, buscando alcanzar un porcentaje que legitime esta inédita elección judicial o, al menos, que justifique el gasto realizado. Dicho sea de paso, ese gasto no fue menor y tampoco el que se requería. Pero el día ha llegado y no hay vuelta atrás. Pase lo que pase, este domingo se celebrará la elección y con ello se definirá, tácitamente, si aprobamos o no la reforma. Tristemente, en nuestra aún joven democracia, así vote uno o así voten 100 millones de personas, ganará una mayoría minoritaria.
Muchos pendientes quedan por delante. Incluso podría decirse que la elección apenas comienza. Este domingo solamente se cumple con el trámite constitucional de acudir a las urnas, pero lo verdaderamente complejo comienza después: las impugnaciones. Si me lo permite, estimado lector, esta será una de las etapas más largas que enfrentará nuestro sistema jurisdiccional. Una vez emitido el voto, pasará al menos una semana sin que sepamos nada con certeza. No habrá representantes visibles de los aspirantes, ni un Consejo General que rinda informes detallados o reconozca abiertamente los medios de impugnación que deberán presentarse.
Todo será impugnable: desde los llamados al voto por parte de simpatizantes, los requisitos de elegibilidad, hasta la fiscalización. Podremos ver incluso cómo ciertas victorias en las urnas se transforman en derrotas en los tribunales. Y he aquí un dato inquietante: algunos de los aspirantes estarán en la boleta y también, después, tras un escritorio, evaluando estos recursos. ¿Podrán ser imparciales si su propio espacio laboral está en juego?
La campaña dejó sinsabores, anécdotas y, para los juzgadores, seguramente una experiencia empática al haber conocido otras realidades. Sin embargo, más allá de modificar su forma de impartir justicia o enriquecer sus criterios, probablemente también comprendieron lo difícil que es para los candidatos ganar un espacio político. Lo más interesante será ver cómo muchos de ellos —ante la posibilidad de repetir el proceso— ya piensan en la siguiente campaña. Porque este sistema electoral funciona así: es un mecanismo continuo. Apenas termina una elección y ya se debe estar pensando en la siguiente.
Aunque es difícil imaginar otra elección judicial como esta, sin duda resultará un ejercicio interesante para el análisis académico y político.
La pregunta del millón —¿votar o no votar?— es totalmente suya. Vote por quien considere que puede impartir justicia correctamente; por aquellos nombres que recuerde o incluso por sus ex compañeros de generación. También puede anular el voto, emitirlo en contra de quienes considere malos perfiles o simplemente no acudir. Pero estos días de reflexión son cruciales para definir qué rumbo queremos para el futuro. La intención es no perder de vista este ejercicio y pensar en lo que implicará.
Porque, en un futuro no muy lejano, veremos las consecuencias —positivas o negativas— de esta reforma. Y estoy seguro de que muy pronto volveremos a reflexionar sobre el futuro de nuestro México: con sus crisis, sus deficiencias, pero también con una ciudadanía cada vez más activa. Forjemos nuestro criterio y expresemos nuestra voz en las urnas.

Ernesto García Hernández
Opinión
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