México vivió esta semana uno de los episodios más lamentables de su historia reciente, y no por la gravedad del hecho en sí —una elección judicial deslucida y desangelada—, sino por la burla burda y ofensiva con la que la presidenta de la República decidió rematar el espectáculo.
Con la gracia de un bufón, Claudia Sheinbaum soltó una risa ante la casi nula participación ciudadana en la elección de jueces y magistrados, como si la apatía democrática fuera motivo de chascarrillo y no de alarma nacional.
El hecho es innegable, con una participación que no alcanzó ni el 13% del padrón, el supuesto experimento democrático impulsado por Morena y sus aliados, solo destapo la cloaca en la que han convertido la administración y función pública, pero lo más preocupante aún es el cinismo con que el poder lo celebra. Mientras veían como el Estado de Derecho se pulverizaba, la presidente ríe; y esa risa, lejos de ser espontánea, parece una mueca cruel dirigida al rostro de una ciudadanía cada vez más harta, más ignorada, más burlada.
Pero si creías que la burla era solo la risa de la presidencia, espera a ver el carnaval de errores y arbitrariedades con que el INE maquilló esta “elección”. Desde el principio, el instituto aplicó parches como si fuera un taller clandestino: redujo el número de casillas instaladas a menos de la mitad sin justificación clara, y muchas de las que funcionaron estaban en zonas inaccesibles o poco transitadas, según denunció Reforma en su artículo “INE reduce casillas y complica voto en elección judicial” (15 abril 2025). Este recorte arbitrario afectó la participación y violó el principio de igualdad en el acceso al voto.
En paralelo, el conteo de votos fue un desastre anunciado. Animal Político publicó un reportaje titulado “Actas sin firmas, boletas duplicadas y conteos amañados: el caos en la elección judicial” (22 abril 2025), donde documentó que decenas de actas carecían de sellos oficiales o firmas de funcionarios, pero fueron validadas por el INE sin mayor cuestionamiento, desatando dudas sobre la transparencia del proceso. Además, el sistema digital de captura, encargado de consolidar los votos, sufrió constantes fallas, dejando votos sin contabilizar o registrados en múltiples ocasiones.
Otra investigación destacada de El Financiero, bajo el título “INE y la opacidad electoral: sin auditorías independientes, con suspensiones judiciales ignoradas” (10 mayo 2025), denunció que pese a múltiples órdenes judiciales para detener o revisar el proceso, el INE siguió adelante sin abrir el proceso a observadores independientes ni realizar auditorías técnicas. Esto, sumado a la impresión de boletas en cantidades insuficientes y la falta de cancelación formal de boletas usadas, configuró un escenario de alta sospecha.
Finalmente, La Jornada resaltó en “Elección judicial, entre irregularidades y opacidad institucional” (12 mayo 2025) que esta falta de transparencia no solo afecta la legitimidad del proceso, sino que pone en riesgo la credibilidad del Poder Judicial mismo, al consolidar jueces y magistrados elegidos bajo un sistema que más parece una farsa que una elección democrática.
El INE no solo maquilló la operación, sino que abrió la puerta a la manipulación descarada bajo la complacencia oficial. En definitiva, un proceso donde la democracia se convirtió en espectáculo y el árbitro terminó siendo actor y cómplice, ¿Cómo llamarle a eso, sino simulación y coerción democrática?
Como decía el constitucionalista italiano Luigi Ferrajoli, en Poderes Salvajes, advierte: “la independencia judicial no es negociable, pues es la única garantía real contra el poder arbitrario”. Aquí, sin embargo, se intercambia independencia por obediencia, toga por propaganda y jurisprudencia por popularidad en encuestas.
Y mientras tanto, desde fuera, Estados Unidos observa con preocupación. El embajador Ken Salazar lo calificó como “un riesgo profundo para el Estado de Derecho”. El Departamento de Estado advirtió que esta “reforma” judicial podría afectar seriamente los compromisos del T-MEC. Y la Cámara de Comercio estadounidense fue más tajante: sin un Poder Judicial independiente, no hay certeza jurídica para inversiones, ni confianza para mantener el libre comercio.
¿Y cómo responde nuestra presidenta ante esto? Con otra risa. Con la displicencia de quien ha entendido que en México el poder no castiga la arrogancia, la premia.
La elección del nuevo presidente de la Suprema Corte, Hugo Aguilar, fue la cereza agria del pastel. Su perfil es más político que jurídico, más funcional que técnico. Su cercanía con Palacio Nacional es tan evidente como su silencio frente a las anomalías del proceso. El mensaje fue claro: la justicia ahora debe obedecer, patético discurso de congraciar a este personaje, al remitirse a sus orígenes y no a sus capacidades.
Este no fue un paso hacia la democratización del Poder Judicial. Fue una escenografía mal montada, con actores mal dirigidos, donde se quemó el libreto constitucional y se impuso el monólogo del poder.
Y cuando el poder se ríe del pueblo, solo hay dos caminos: bajar la cabeza... o reír el día que caiga el telón.
Porque que no te engañen: tú no elegiste a un juez, ni ejerciste soberanía. Te invitaron a una obra falsa, te dieron un boleto roto y te pidieron que aplaudieras la escenografía.