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Gustavo Candia
Opinión

"México necesita orden, no ideologías de moda"

Mientras México se desangra por la violencia, colapsa por falta de servicios de salud y arrastra a millones a la economía informal, una élite político-cultural se empeña en imponer una agenda ideológica que distrae y divide. Hoy, se legisla más sobre baños trans y lenguaje inclusivo que sobre estrategias de seguridad o reformas laborales de fondo. Se exige aborto gratuito, pero no se exige justicia para las madres que han perdido a sus hijos en la guerra del narco. En este México enfermo, parece más rentable politizar la identidad que reconstruir la nación.

Haber, primeramente, el discurso feminista y de la diversidad sexual se ha convertido en la herramienta predilecta de ciertos sectores para captar fondos, votos y prestigio internacional, aunque eso implique fracturar el tejido social y dinamitar valores que históricamente han mantenido a flote a las comunidades mexicanas: la familia, la religión, la responsabilidad individual.

Se nos exige normalizar el aborto como si fuera un “derecho” en lugar de un fracaso social. Porque sí: que una mujer se vea orillada a abortar es síntoma de que algo falló —en la educación, en la estructura familiar, en el entorno social— y no una causa para celebrar. Legalizar el aborto no soluciona la pobreza, ni la violencia intrafamiliar, ni la falta de oportunidades. Pero eso poco importa a los grupos que hacen del aborto una bandera política: lo usan como símbolo de liberación, cuando muchas veces se trata de una respuesta desesperada que el Estado no debería validar, sino prevenir.

Del mismo modo, el lobby LGBTQ+ ha dejado de pedir tolerancia para exigir adoctrinamiento. En nombre de la diversidad, se exige censurar a quienes piensan distinto. En nombre de la inclusión, se reescriben libros de texto, se imponen ideologías en la educación básica y se criminaliza el disenso. ¿Desde cuándo la libertad significa pensar todos igual? ¿Por qué un padre de familia no puede oponerse a que su hijo de 6 años reciba clases sobre identidad de género sin ser tachado de “retrógrada”?

La verdadera tolerancia está en aceptar la diferencia sin forzar al resto a aplaudirla. Pero el progresismo actual no quiere coexistencia, quiere hegemonía cultural.

En segundo lugar, no me queda más que preguntar sobre ¿Y el México real? Abandonado.

Mientras tanto, el México profundo sufre. Las madres buscan a sus hijos desaparecidos con sus propias manos, los hospitales públicos carecen de medicamentos esenciales, y los empleos formales se vuelven un lujo. El 55% de la población trabaja en la informalidad. El 70% de los municipios no tiene una clínica con atención ginecológica completa. En lugar de discutir cómo traer seguridad a Zacatecas o agua potable a Guerrero, legislamos sobre cómo sancionar el uso de “lenguaje no inclusivo”.

Hay prioridades que no se tocan porque no son sexys para los medios ni para los organismos internacionales. La ONU aplaude cada vez que se legaliza el aborto, pero no dice nada cuando 3 millones de niños mexicanos no tienen acceso a educación básica. La doble moral es escandalosa: se gastan millones en campañas del “mes del orgullo”, pero no hay presupuesto para comedores comunitarios en zonas rurales.

El conservadurismo, lejos de ser un “obstáculo al progreso”, es hoy la voz incómoda que exige volver a lo básico: familia fuerte, orden legal, cultura del esfuerzo y respeto a los valores que han dado estabilidad a nuestra sociedad durante siglos.

Mi tercer y último punto es que sin raíces no hay libertad. La izquierda cultural ha vendido una falsa libertad basada en el hedonismo, la victimización y la fragmentación social. Pero la verdadera libertad no puede existir sin responsabilidad, sin límites, sin verdad. No todo lo que se desea es justo, y no todo lo que se legisla es moral. La familia tradicional no es una construcción opresiva: es el núcleo que ha sostenido a millones de mexicanos cuando el Estado ha fallado.

El conservadurismo no es nostalgia: es visión a largo plazo. Mientras las modas ideológicas van y vienen, los principios permanecen. Defender la vida desde la concepción no es imponer religión: es reconocer el valor inherente de todo ser humano. Defender la familia no es negar derechos: es proteger el espacio donde se educa, se cuida y se transmite la cultura.

México necesita seguridad, salud, empleo… no un nuevo pronombre cada semana ni discursos feministas que odian al hombre por defecto, por el contrario, necesita discursos en los que se haga frente a las problemáticas actuales, y no hacer distinción si es hombre o mujer, pues ambos sufren de la misma inseguridad, desempleo etc.

Me queda claro que se necesita urgentemente restaurar el sentido común. El conservadurismo no pretende imponer una teocracia ni eliminar derechos, sino detener una deriva cultural que promete libertad mientras siembra caos. La prioridad debe ser reconstruir lo esencial: instituciones confiables, familias sólidas, una moral cívica compartida. Podemos modernizarnos sin perder nuestras raíces. 

México no necesita más ideología: necesita sentido común. Y eso, por más que les moleste, está más vivo en el conservadurismo que en cualquier desfile de colores o consigna radical.