A más de siete décadas del golpe de Estado que derrocó al primer ministro iraní Mohammad Mosaddegh, el recuerdo de aquel episodio continúa marcando la compleja relación entre Estados Unidos e Irán. Organizado por la CIA y el MI6 británico en 1953, el operativo reinstauró el poder del sah Reza Pahlavi y dejó una huella que, según analistas, aún condiciona la política exterior iraní.
En un artículo reciente del Mises Institute, el editor Tho Bishop expone cómo esta intervención extranjera sembró una desconfianza profunda hacia Occidente, especialmente hacia Washington. Bishop subraya que incluso cuando Irán ofreció colaboración militar a EE.UU. tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 —incluyendo el uso de su espacio aéreo—, el gobierno de George W. Bush respondió etiquetando al país como parte del "Eje del Mal". Este gesto cerró las puertas a una relación más cooperativa.
La desconfianza que emergió entonces dio fuerza a sectores conservadores dentro de la política iraní. Líderes como Mahmoud Ahmadinejad capitalizaron esa tensión, relanzando un discurso antioccidental acompañado por el polémico programa nuclear, lo que a su vez derivó en sanciones internacionales.
Aunque en 2013 Barack Obama reconoció públicamente la participación de EE.UU. en el golpe contra Mosaddegh, su declaración no se tradujo en un cambio real en la postura diplomática hacia Teherán. En contraste, en Irán el evento de 1953 sigue siendo parte del discurso oficial y de la narrativa histórica que justifica una política exterior cautelosa y defensiva.
Para Bishop, ignorar este antecedente limita la capacidad de ambos países para entablar relaciones duraderas y constructivas. Si bien el contexto global ha cambiado desde la Guerra Fría, la memoria histórica aún pesa en la toma de decisiones. Comprender este pasado, sugiere el autor, es clave para trazar un camino de entendimiento más estable entre Irán y Estados Unidos.