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Ernesto García Hernández
Opinión

La campaña en verso y el gobierno en prosa

En estos tiempos tan revueltos de cambios y de consolidaciones ha venido a mi mente la frase del panista Carlos Castillo Peraza: “El priista que todos llevamos dentro”. Y es que, dentro de la casi inminente caída del Partido Revolucionario Institucional (PRI), como símbolo del que será sin duda el fin de una era gobernada por un partido hegemónico con más de 94 años de vida, todo nos indica que el (dinosaurio) morirá pronto y, en su muerte, se llevará esas viejas prácticas tan nocivas de corrupción, desigualdad y, sobre todo, una cultura popular que perdurará por mucho tiempo. Si no logramos contener ese gen priista que nos acompaña en todo momento a pesar de la muerte del dinosaurio.

Soy de una generación que creció odiando todo lo que oliera, supiera o incluso hiciera inferencia al priismo. En los 90, ser contrario al Revolucionario Institucional era un acto de rebeldía propia al que pocos se atrevían, pero crecer en una familia con una tradición de izquierda era algo contrario al espíritu familiar: no concebir el mundo más allá de dos posiciones políticas; la derecha y la izquierda. Sin embargo, siempre fuimos minoría.

Con la llegada de Fox en el 2000, arañábamos la tan anhelada democracia que mi abuelo, mis padres y yo habíamos defendido sin incluso conocerla. Pero lejos de eso encontramos, sí, otros caminos, pero también otros obstáculos, porque al final del sexenio de Vicente Fox Quesada la izquierda y la derecha volvían a confrontarse en la elección de 2006.

Y a todo esto, ¿qué tiene que ver el verso y la prosa? Es algo muy sencillo si nos detenemos a mirar los pequeños detalles de nuestro pequeño (dinosaurio) que llevamos dentro. Me remito al principio; yo nací en los 90. Justo entre la bonanza y la última crisis económica. 

Es difícil para las nuevas generaciones hablar de crisis y quizás no les toque ver una a aquellos nacidos en el nuevo milenio, pero tenemos que entender que no todo lo prometido en campaña es posible, y no por falta de voluntad política, sino por la propia realidad que altera los planes. En nuestro caso, venimos saliendo del verso y las campañas nos aseguran que vienen importantes avances para nuestra generación, pero la prosa nos dice que tal vez no sea así.

La prosa, a diferencia del verso, no es perfecta ni ideal, pero es más real. Y con real me refiero a que se nos ha prometido mucho y nuestro involuntario priista interior nos dice que el gobierno tendrá que solucionar todo y pareciera que sí lo hará. Pero no debemos olvidar que después de la fiesta de la democracia hay que limpiar los platos rotos, recoger la basura y seguir la vida cotidiana. Es decir, en la fiesta decimos muchas cosas que queremos o anhelamos, pero al otro día, en la cruda, no podemos resolver porque el prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila, y dar a todos es complejo, más cuando nuestro cercano vecino vislumbra también dos posiciones complejas: Donald Trump “el dinosaurio” o Kamala Harris “la esperanza”.

Es ahí donde debemos ser más mesurados con nuestra soberanía sin menoscabarla, entender que para bien y para mal dependemos de Estados Unidos, siendo que su sistema electoral es tan complejo que podría ganar con más votos Kamala, pero Trump podría obtener el triunfo por los colegios electorales más grandes. Así funcionan las democracias y entonces nos miraremos a un espejo en donde tenemos que entender que después de la fiesta, el exceso y el júbilo, se debe gobernar para todos.

De ganar Trump, estaremos ante un incierto dinosaurio y lo que Andrés Manuel López Obrador hizo con la oposición, Trump podría hacer con nuestro gobierno, sí soberano, sí independiente y cuatro transformador, que tendrá que negociar con un magnate extravagante, descarado, beligerante y misógino.

Que su verso tan proamericano no se enfrente con nuestro verso nacionalista porque saldrán chispas, siendo ahí donde oposición y gobierno se necesitarán para ir a la reconciliación nacional.

No nos fraccionemos que nos necesitamos.