Querido lector, ¿alguna vez te has detenido a pensar por qué, cuando imaginamos algo, lo sentimos tan real? ¿Por qué una simple fantasía puede generar emociones tan intensas como si estuviéramos viviéndola físicamente? Esto tiene una explicación y es que nuestro cerebro no distingue claramente entre la realidad y la imaginación. Cada vez que visualizamos un escenario, ya sea un momento de éxito o una situación de miedo, nuestro cerebro se esfuerza por recrear esa experiencia, activando las mismas áreas que se activan cuando vivimos algo real.
Pero, ¿qué es lo que hace que estas fantasías se sientan tan auténticas? Un estudio del University College London realizó una investigación, publicada en la revista New Communications en donde establece que nuestro cerebro procesa las imágenes y escenarios que imaginamos de manera muy similar a como lo hace con los estímulos reales. Este hallazgo se descubre gracias a un experimento en el que participaron más de 600 personas, a quienes se les pidió que visualizaran escenas en su mente mientras observaban una pantalla. Al final, se les mostraron imágenes reales que coincidían con las características que habían imaginado.
Los resultados fueron sorprendentes. Los participantes describieron las escenas imaginadas con gran precisión, como si las hubieran visto de verdad lo que llevó a los investigadores descubrir que los estímulos imaginados y los reales se entremezclaban en el cerebro, es decir, que cuando imaginamos algo con suficiente intensidad, nuestro cerebro puede tratarlo como si fuera una experiencia real.
El autor principal del estudio, Stephen Fleming, lo explicó de esta manera: “Cuando las señales imaginarias son lo suficientemente fuertes, se vuelven subjetivamente indistinguibles de la realidad”. Esto significa que, aunque sepamos en algún nivel que lo que estamos imaginando no ha sucedido, nuestro cerebro lo percibe de manera tan vívida que no siempre puede diferenciarlo de la realidad.
Sin embargo, si nuestro cerebro no distingue claramente entre lo real y lo imaginado, ¿cómo sabemos qué es verdad y qué no? Según Fleming, normalmente la imaginación es débil, lo que nos permite discernir fácilmente entre lo que es real y lo que no lo es. Sin embargo, cuando nuestras fantasías o visualizaciones son lo suficientemente fuertes, podemos llegar a tratarlas como si fueran reales.
Este concepto tiene aspectos muy interesantes, especialmente cuando consideramos los beneficios. Si nuestro cerebro es capaz de tratar lo imaginado como real, podemos utilizar esta habilidad a nuestro favor. Al imaginar vívidamente una meta o un logro, nuestro cerebro comienza a actuar como si ya estuviéramos en el proceso de alcanzarlo, lo que puede motivarnos y prepararnos mejor para el éxito.
Por ejemplo, un atleta que visualiza una carrera perfecta está entrenando su mente para que, cuando llegue el momento real, su cerebro ya esté familiarizado con la sensación del triunfo. De la misma manera, alguien que imagina detalladamente superar un desafío personal puede sentirse más confiado y capaz cuando enfrente la situación en la realidad.
Por supuesto, también existe un lado en donde no tenemos tantas ventajas. Si caemos en la trampa de imaginar continuamente escenarios negativos, nuestro cerebro los percibirá como reales, lo que puede alimentar el estrés, la ansiedad o incluso no saber que hacer ante ciertas decisiones. Por eso es tan importante ser conscientes de lo que imaginamos y cómo esto afecta nuestro estado emocional.
La línea entre la imaginación y la realidad es más delgada de lo que solemos pensar. Nuestro cerebro, en su esfuerzo por darnos una experiencia completa, puede confundir ambas, lo que nos da una poderosa herramienta: podemos utilizar nuestra capacidad de imaginar para construir la realidad que deseamos. Si lo que imaginamos puede sentirse tan real como lo que vivimos, ¿por qué no aprovecharlo para visualizar y alcanzar nuestras metas más ambiciosas? Al final, la clave está en utilizar la imaginación como una herramienta de crecimiento, en lugar de permitir que nos limite.