En un mundo donde la productividad está a la orden del día, mantener la disciplina puede parecer una meta difícil de alcanzar, especialmente cuando la vida misma parece estar llena de distracciones. La mayoría de nosotros hemos intentado seguir una rutina estricta, ya sea para levantarnos más temprano, comer mejor o dedicarnos a un proyecto específico, solo para encontrarnos abandonando el intento poco después de empezar, y esto muchas veces nos hace preguntarnos: ¿Por qué cuesta tanto trabajo?, el día de hoy, querido lector, descubriremos un poco más acerca de los motivos que hay detrás.
A menudo, creemos que ser disciplinados significa ser capaces de cumplir todas nuestras metas sin tropiezos. Pero el hecho es que la disciplina no equivale a una perfección imposible, más bien, se trata de la constancia en los esfuerzos, a pesar de los días buenos y malos. Nuestra cultura de productividad promueve la idea de que deberíamos trabajar sin descanso ni error, cuando en realidad, los hábitos y la disciplina se construyen gradualmente, a menudo con más fallos que éxitos.
Este mito de que podemos hacer absolutamente todo, nos afecta más de lo que pensamos: cada vez que fallamos en nuestro intento por ser consistentes, solemos castigarnos mentalmente, diciéndonos que "no somos lo suficientemente buenos" o que "no tenemos la voluntad para lograrlo". En realidad, la disciplina no se trata de llegar a la meta sin error, sino de aprender a aceptar que el camino no es perfecto. Todos podemos construirla, pero primero debemos redefinir lo que significa para nosotros.
Otro punto importante a tratar, puede ser las expectativas poco realistas que nos creamos.
Cuando empezamos un proyecto, una dieta o una nueva rutina, solemos fijarnos metas altas y demandantes. Este entusiasmo inicial es positivo, pero cuando las metas son inalcanzables, el fracaso está casi garantizado. Por ejemplo, si quieres empezar a correr y decides hacerlo todos los días desde la primera semana, lo más probable es que te sientas agotado antes de cumplir el mes. Una expectativa realista, por otro lado, podría ser comenzar corriendo tres veces a la semana y aumentar poco a poco.
La disciplina se fortalece al comenzar de forma gradual. Es importante entender que, en lugar de intentar correr un maratón de golpe, es mucho más efectivo y sostenible construir una rutina que se adapte a tu nivel actual y a tus circunstancias. La clave está en el progreso constante, no en el perfeccionismo.
Otro aspecto importante, que solemos creer que nos dará la resistencia de mantener la disciplina es, la trampa de la motivación.
Esperar a sentirnos motivados es otra de las razones por las cuales fracasamos en nuestros intentos de mantener la disciplina. Solemos pensar que la motivación llegará como una ola y nos llevará directo a la meta. Sin embargo, la motivación es tan variable y pasajera como el clima; no podemos depender de ella para cumplir con nuestras metas. La disciplina, a diferencia de la motivación, es una habilidad que se desarrolla, y no una emoción.
Desarrollar disciplina significa aprender a actuar incluso cuando no sentimos deseos de hacerlo. Esto no quiere decir que debamos vivir en constante sufrimiento o forzarnos a hacer cosas que odiamos, se trata de encontrar un balance y de entender que el compromiso a largo plazo es más importante que el deseo momentáneo. La motivación puede iniciar el proceso, pero la disciplina es lo que mantiene el proceso.
Y claro que no podemos olvidarnos de los benditos e importantes hábitos.
Uno de los caminos más efectivos para fortalecer la disciplina es a través de los hábitos. La diferencia entre disciplina y hábito es que la disciplina requiere esfuerzo consciente, mientras que los hábitos son acciones automáticas. Cuantas más veces realicemos una actividad en el mismo contexto, con la misma frecuencia, más fácil será mantenerla en el tiempo.
Para desarrollar disciplina, es crucial crear hábitos que faciliten nuestras metas. Si deseas leer más, comienza leyendo cinco minutos al día en lugar de una hora; si quieres mejorar tu salud, añade una fruta a tus comidas en vez de hacer un cambio drástico en tu dieta. Con el tiempo, estos pequeños hábitos construirán una base sólida de disciplina que puedes fortalecer de manera gradual.
Y a pesar de todos los factores que hemos tocado anteriormente, hay algo en lo que no solemos prestar atención y que es igual de trascendental que el resto, y es la autocompasión.
La disciplina también está relacionada con nuestra capacidad de perdonarnos y ser pacientes con nosotros mismos. Nos castigamos por no cumplir nuestras metas sin entender que el juicio y la crítica excesiva solo nos debilitan. La autocompasión, por otro lado, nos permite reconocer que somos humanos, propensos a fallar y a empezar de nuevo.
Aceptar nuestras limitaciones y aprender de los errores nos permite volver a intentarlo sin el peso del fracaso. La disciplina es un proceso constante de aprendizaje y crecimiento. Así que, la próxima vez que falles en un intento, no te castigues, en cambio, date el permiso de intentarlo de nuevo con la convicción de que el esfuerzo en por si solo ya es un gran logro.
Si bien la disciplina puede parecer inalcanzable, el verdadero obstáculo no está en nuestra falta de voluntad, sino en las expectativas poco realistas y la falta de autocompasión. La disciplina es una habilidad que se construye, no una característica que obtenemos al nacer, sin ningún esfuerzo. Construirla requiere de constancia, paciencia y, sobre todo, respeto por uno mismo.