La administración de Donald Trump endureció su postura comercial al anunciar la imposición de nuevos aranceles a 14 países, con tarifas que podrían alcanzar hasta un 40% a partir del 1 de agosto si no se logran pactos bilaterales. La decisión, notificada a través de cartas formales, afecta principalmente a naciones de Asia, y ha desatado una ola de reacciones diplomáticas que van desde la cautela hasta el rechazo abierto.
Entre los países involucrados se encuentra Corea del Sur, que pese al impacto anticipado, manifestó confianza en la posibilidad de una negociación exitosa. Japón, por su parte, enfrenta un aumento en los gravámenes a su sector automotriz, mientras que Camboya, Birmania y Laos —con fuertes vínculos económicos con China— podrían sufrir los mayores daños debido a su alta dependencia de exportaciones sujetas a las nuevas tarifas.
Algunos gobiernos ya comenzaron a tomar medidas de conciliación. Indonesia anunció un acuerdo para importar un millón de toneladas anuales de trigo estadounidense, en un intento por evitar mayores sanciones. Tailandia, Malasia y Bangladesh también han expresado su voluntad de ampliar la cooperación comercial para proteger sus economías ante posibles afectaciones en sectores clave como el textil, la energía y la industria aeroespacial.
Los analistas internacionales consideran que esta ofensiva arancelaria representa un viraje hacia una política de presión económica que busca reposicionar a Estados Unidos como actor dominante en las cadenas de suministro global. Sin embargo, también advierten que el endurecimiento unilateral podría desencadenar represalias y deteriorar aún más las relaciones con socios estratégicos en medio de un escenario internacional ya marcado por la volatilidad.