Desde hace varios años, a lo largo y ancho del continente, estamos presenciando una serie de manifestaciones contra las violencias patriarcales en general y contra el feminicidio en particular.
Este fin de semana, San Luis Potosí se puso en el ojo del huracán con un caso muy particular: Sí, un feminicidio que ha marcado la historia del estado, y principalmente del municipio de Villa de Arista, donde una pequeña de tan solo 14 años de edad, que fue ultrajada, violada, y finalmente, asesinada, ¿Quién hizo este crimen? Un hombre que nada tenía que ver con ella, que simplemente la vio pasar, y quiso satisfacer sus instintos animales de la manera más brutal, y para “tapar” su fechoría, la asesinó; marcando no solo a una persona, sino una familia, una comunidad, una sociedad entera.
Manifestaciones, gritos de súplica, llantos de dolor, fue lo que vivieron familiares de Chuyita en lugar de festejos de libertad ¿Qué hizo la niña para terminar así? Ella nada, ella no tuvo la culpa de absolutamente nada.
De este modo, no es de extrañar que la mediatización de los casos sea filtrada por la mirada patriarcal que rápidamente destaca aspectos percibidos como condenables dentro de una sociedad machista que responsabiliza a las mujeres hasta de su propia muerte.
Si bien las narrativas varían de acuerdo con la especificidad de los casos, existen elementos que se explotan de manera recurrente para consolidar ciertos prejuicios que son utilizados para justificar las violencias que las mujeres experimentamos cotidianamente y, en última instancia, para excusar el feminicidio. Me centraré solamente en 3 de ellos.
El primer elemento tiene que ver con el espacio/tiempo en que ocurren los crímenes, de modo que aquellos que acontecen en espacios socialmente transgresores, por ejemplo, la calle, un bar o un hotel/motel, y de noche o madrugada serán mediáticamente más rentables que aquellos que tienen lugar en la casa o el trabajo y en otras horas del día. Este elemento se sostiene en lo que podríamos llamar una división sexual del espacio, la cual dicta qué horas y lugares son adecuados para las mujeres y cuáles representan un peligro para ellas, misma que es perniciosa por al menos dos razones, a saber, que se traduce en una autorrestricción para las mujeres, en un toque de queda autoimpuesto.
El segundo elemento tiene que ver con actividades socialmente estigmatizadas, el objetivo aquí es destacar las acciones que supuestamente ponen en peligro o aumentan el riesgo de que una mujer sea asesinada, por ejemplo, el consumo de alcohol y/o algún tipo de droga, aspectos relacionados con el estilo de vida como el gusto por salir de fiesta y la frecuencia con que se hace, el uso de aplicaciones para conocer personas o concretar encuentros sexuales, etc. Lo que observamos en este caso es que este elemento está orientado a clasificar a las mujeres de acuerdo a categorías morales de bondad o maldad, que además de crear grupos antagónicos entre víctimas, sirven para decretar que tan merecido o inmerecido fue el crimen y si merece o no tener acceso a la justicia, lo que pone a familiares y amistades en la tarea de demostrar la inocencia de la mujer que ha sido asesinada.
El tercer y último elemento tiene que ver con enfatizar las relaciones que desvían la atención del responsable del crimen, particularmente si estas se entablan con mujeres, por ejemplo, si la víctima es menor de edad se cuestionará primero a la madre que al feminicida. Este elemento encuentra arraigo en la misoginia cultural que sostiene la idea de que la peor enemiga de una mujer es otra mujer, cuyo propósito es mantener intacta la mediación patriarcal entre congéneres, es decir el bloqueo estratégico de las relaciones sanas entre ellas, y con esto garantizar la permanencia y buena salud del patriarcado.
Además, al centrarse en este aspecto, desdibuja el verdadero quebrando del vínculo de confianza por el que ocurren muchos de estos crímenes, pues no en pocas ocasiones el perpetrador guarda cercanía sexoafectiva, familiar o laboral con quien termina siendo su víctima.
La conjugación de estos tres elementos ha construido la base común sobre la que se han mediatizado los asesinatos de mujeres más emblemáticos de los últimos años, incorporando así los feminicidios al torrente informativo de los distintos medios de comunicación que han encontrado en su presentación como espectáculo un rentable negocio.
Ante este panorama, las preguntas fundamentales se tornan obvias: ¿cómo hablar de los feminicidios sin convertirlos en espectáculo, sin darles la connotación del thriller de moda? ¿cómo activar una memoria que dignifique a las víctimas, por el simple hecho de haber sido asesinadas en una sociedad patriarcal, sin la necesidad de construir un recuerdo de mujeres ejemplares? Nuevamente los activismos feministas nos dan luz al respecto, basta recordar la intervención a las vallas instaladas alrededor del Palacio Nacional realizada en 2021 por diferentes colectivas para escribir los nombres de las mujeres asesinadas… aunque obviamente, sin la voluntad social y política para erradicar estos crímenes pronto también nos faltarán bardas para nombrar y recordar a las víctimas.